Alfonso Mata
El domingo pasado, los periódicos nacionales presentaban tres artículos sobre los éxitos de la medicina. Uno hablaba sobre las nuevas formas de combatir el cáncer. Otro sobre el uso de prótesis en el manejo de incapacidades físicas y un tercero nos informaba sobre la lucha contra un insecto transmisor de la enfermedad de chagas, que se había extinguido y reapareció.
El hombre en su lucha contra el daño natural lleva años acumulando éxitos y sin embargo en su lucha contra las enfermedades que él mismo es causante y padeciente, lo rotundo ha sido un fracaso a pesar de que este tipo de enfermedades, causa significativamente más millones de muertes e incapacidades que las tres mencionadas juntas.
Es pues evidente, que resulta determinante el enfoque que se le debe dar a la interpretación y al combate de la enfermedad social y la debilidad mostrada en ello, tiene varias causas: en primer lugar, fundamental y primordial, nos topamos con un conflicto entre política y ciencia que se produce tanto de las interpretaciones de hechos científicos y acontecimientos de salud y de enfermedad como de toma de decisiones; todo eso bañado por conflictos de intereses que no solo pueden afectar la veracidad y comprobación de los problemas de salud (su magnitud y forma de tratarlos) como sus causas y la legislación y acción que de ello puede desprenderse, hasta la falsificación de hechos y efectos.
Las decisiones personales e institucionales son otro tema que incide negativamente, pues muchas decisiones de salud pública son planteadas en forma de leyes y normas y si no existe un plan de acción correcto y su cumplimiento no se hace por todas las partes, no se logra su fin. En la realidad, la falta de acatamiento se presenta en diversos grados y posiciones individuales y partidistas e institucionales y académicas.
En tercer lugar, en la actualidad, el papel de los actores económicos en cuestiones de salud, ha adquirido, incluso en muchos casos, más poder que cualquier otro grupo, afectando tanto la decisión como la ejecución política, ya se hable de él como proveedor o como productivo, que en aras de vender y producir, influyen sobre lo político especialmente en lo relacionado con salud y medio ambiente o trabajo.
Resulta pues más que evidente que la imparcialidad no resulta fácil de implementar, pues son muchas las causas que alejan al sistema de salud de implementar estrategias científicas para la detección, alerta, investigación y decisión política, basándose en evidencia concreta y de esa forma, la experiencia científica, su capacidad preciosa y preciosista, se pierde, dejando la decisión en manos de intereses, intuiciones y deseos mal fundamentados.
En nuestro medio, el divorcio entre política y ciencia de la salud no sorprende, especialmente cuando hablamos de desnutrición y violencia y enfermedades mentales e infecciosas; relación ambigua y llena de traiciones, con un debate político social sumamente débil y pobre, dando como resultado: propuestas modestas y programas políticos cuyos malos resultados resultan más que evidentes llenos de anomalías, componendas, repeticiones y carentes de progresos.