Francisco Cáceres Barrios
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En Guatemala hay cada vez más gente que de tanto ver el impune comportamiento de nuestros políticos han dispuesto imitarlos, ya sea mintiendo con gran facilidad o tergiversando la realidad de los hechos, importándoles muy poco que más temprano que tarde su falsedad pueda ser descubierta. Lamentablemente el abuso de poder, muchas veces es calificado de “listura”, por lo que la imitación se hace con mayor soltura y facilidad, siendo ahora más frecuente que al menor descuido le roben a usted el lugar que ocupa en la cola de un banco o en la caja del supermercado e incluso, hasta meterse con rapidez al lugar en que con toda prudencia iba a ocupar en el estacionamiento de un centro comercial.
Durante los últimos días he estado recibiendo mensajes en mi correo electrónico de amables lectores para comentarme el abuso que cada vez es más visible en los conductores de vehículos, quienes en el desatinado afán de llegar más rápido a su lugar de destino, se cambian de carril una y mil veces bruscamente en el congestionado de tránsito de vehículos, incluso sin haber encendido previamente las señales luminosas indicadoras, importándoles muy poco el bocinazo de advertencia del conductor a punto de ser colisionado, pues el “listo” piloto tranquilamente se oculta con el polarizado de sus vidrios. Cuánta razón tuvo Nelson Mandela cuando dijo: “La educación es el arma más poderosa que se puede tener para cambiar el mundo”, porque no se refirió a la buena o mala educación, sino a la educación en general, incluyendo aquella de ir a insultar y agredir a una persona en una recepción diplomática solo por el hecho de no estar de acuerdo con su manera de pensar.
Los malos ejemplos son ahora tomados por los chapines con más frecuencia y variedad. Digo esto, porque tuve la desagradable respuesta de un amigo cuando ripostaba mi criterio de pagar cierto impuesto lo más pronto posible, incluso mucho antes del vencimiento del mismo, aduciendo en contra que el mismo Presidente había cobrado un bono, el que ilegalmente se le había asignado, pero que cuando fue descubierto tranquilamente lo había devuelto y ¡aquí paz y después gloria! Por lo que no miraba problema alguno pagar el impuesto a su sabor y antojo. Pero lo anterior se agranda todavía mucho más cuando vemos cómo un alcalde se autoreceta el pago de una indemnización laboral improcedente y cuando es descubierta su maroma, se apresura a devolver el monto recibido, para luego entablar una demanda judicial laboral, la que en tiempo récord le fue resuelta favorablemente sabiendo todos que eso resulta ser una “misión imposible” en nuestro país, hasta para el más ducho y hábil profesional laboralista cum laude en la materia. Todo lo escrito no debiera servir de simple material de lectura o entretenimiento, sino llegar hasta el fondo de nuestro intelecto para terminar de una vez por todas con los malos ejemplos. ¿No le parece?.