Mario Alberto Carrera
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El asunto central alrededor del cual gira el cuento de Monterroso: “El pupilo de Aristónteles” (que descubrí -como ya expliqué dentro de un extraño legajo de documentos que recibí de un misterioso corresponsal) es de orden mediático. Y causó revuelo en Guatekafka (cuenta Monterroso) porque aún se analizan cuáles son las claves misteriosas que, en su respuesta “enigmática”, quiso decir el profeta circense conocido como James I, rey de los autócratas de barriada.
Cuenta -en su profecía narrativa nuestro cuentista- que como algo nunca visto en el país, el kaibil Comandante General del Ejército y pro cónsul de Israel, graciosamente accedió a asistir el Día del Niño al comedor de doña Yoli de Cofiño, a ingerir una Cajita Feliz, a favor de los que no tienen ni una tortilla que devorar a la hora del almuerzo y que es la mayoría de nuestra infancia muerta de hambre. Aprovechó -tan oportuna ocasión el máximo clown del Istmo- para tumbar de su silla circense a Ronald McDonald y hacer de las suyas contando chistes y recitando moralejas inmorales. No faltaron también las acostumbradas lágrimas cursilonas y -mientras le servían- aprovechó para echar un sueño de lexotan y registrar la Cajita Feliz en donde esperaba encontrar la comisión del caso por propaganda gratis a la afamada franquicia. Tal y como recibió propaganda electoral anticipada-ilegal y de la cual ya confesaron su pecado seis de los más distinguidos miembros de la “oli”.
Pero volvamos al meollo de la urdimbre del relato monterroquesco. Parece ser que, según su dilatada y fecundísima imaginación, por 1948 cuando escribe su relato, fue instalado en Guatekafka por medio de flamante chat, una sesión permanente para asesorar al autócrata aficionado, integrada por una tríada “infernale”, cuyos miembros se apellidan Valladares-Skinner-Arenales que, además, como ya he dicho, son de alguna manera parientes y consuman nepotismo ya casi secular en RR.EE. Esta trinidad satánica aconseja -al kaibil asimilado- en materia diplomática y sobre todo en cuanto a las estrategias más coruscantes para eliminar a la temida CICIG y a Iván. Cuenta Monterroso que James I (en donde el tuerto es rey) ha hecho construir un cuadrilátero en ¡mi!, Parque Central, en donde piensa darse de manadas y trompadas con Iván, si el colombiano se acerca a La Aurora. “Tamalazos” como los que el embajador del mismo país de José Asunción Silva le quiso aplicar al director de Acción Ciudadana.
En su insólito cuento, Monterroso relata que, a la salida del comedor de plástico, las “jaurías” de cazanoticias cayeron sobre James I (dictadorzuelo si los hay) y volvieron ¡por enésima vez!, a preguntarle qué hará si Iván intenta colársele. Y esta vez, frunciendo su boquita en ese gesto tan suyo e infantil, les contestó con la apócrifa frase de Galileo, que anonadó a la concurrencia. La locución le fue inculcada por la trinidad que lo asesora (para eliminar a Iván) desde hace más de un año, explicándole (ellos) que tal respuesta se debe interpretar como que, aunque se niegue la veracidad de un hecho, este es totalmente verídico. Jimicito aprendió de memoria la lección y la soltó -como el pupilo de Aristónteles en el sketch de Moralejas- tras un eructo que le provocó la Big Mac de su homólogo circense.
Este cuento fue y es más visionario que “El Eclipse”.