Harold Soberanis
Académico universitario
Una de las características más significativas de la filosofía es su sentido crítico, el cual nos es muy útil a la hora de juzgar las acciones, los pensamientos y las relaciones que establecemos a lo largo de nuestra existencia. El mundo externo, natural y social, en el que habitamos, tanto como ese mundo interno, simbólico, que habita en nosotros y que configuramos desde nuestra propia conciencia y experiencia, estimula en nosotros la capacidad de juzgar dicha realidad en su doble carácter (material-inmaterial). En la acción de juzgar, la filosofía, por medio de ese carácter crítico que posee y que es radical, pues va a la raíz de las cosas, nos proporciona las herramientas conceptuales necesarias con las que penetramos y comprendemos esa realidad que nos interpela a cada instante.
Así, es evidente que no hay una disciplina más vinculada a la vida misma que la filosofía, en tanto que busca, por su propia naturaleza, ir a la raíz de la realidad con el fin de comprenderla críticamente, es decir, conocerla tal cual es. Y lo más importante: conocerla como totalidad.
Lo dicho, vendría a contradecir esa vieja creencia, que todavía muchos aceptan hoy en día como una verdad absoluta, de que la filosofía es una disciplina que nada tiene que ver con la precariedad y las limitaciones del mundo material en el que vivimos. Una especie de saber que está más allá de este mundo imperfecto. Idea por demás errónea si recordamos su origen.
Los primeros filósofos griegos vieron en la filosofía la posibilidad más certera de comprender el mundo y la realidad que les rodeaba. Buscaron con ella llegar a la esencia misma de esa realidad. Más adelante, Sócrates buscó lo mismo, solo que ya no preocupándose tanto del mundo externo, sino de esa realidad interna que todos llevamos dentro y que nos define.
A primera vista pareciera que afirmar que la filosofía es un saber estrechamente vinculado a la realidad material es una afirmación por demás evidente, tan evidente que sería una perogrullada, pero no es así. Como señalé arriba, aún muchas personas consideran que la filosofía es una especie de saber erudito, misterioso y elevado, accesible solo para iniciados cuya esencia espiritual les hace estar más allá de los límites precarios de la experiencia humana. Un saber sin conexión con el mundo material, pura contemplación. Quienes así piensan ven a la filosofía como una disciplina sin ninguna utilidad práctica, y por lo tanto, no apta para analizar la realidad que nos rodea. Nada más equivocado que esto, pues la filosofía no solo nos puede servir para comprender la realidad, sino también para transformarla, como lo pedía Marx.
Si bien la filosofía es una disciplina que requiere cierta disposición y capacidad racional para comprenderla, esto no debe interpretarse como un obstáculo insalvable para acercarse a ella. Con un poco de disciplina y perseverancia, muchas horas de lectura, capacidad analítica y apertura al diálogo honesto, se puede ir penetrando en ella y poco a poco dominar las profundas reflexiones que innumerables filósofos han hecho a lo largo de su historia.
Es verdad que la filosofía es esencialmente teórica. Pero también es cierto que su carácter teórico está fuertemente vinculado a situaciones materiales concretas, individuales y sociales, donde el juicio racional tiende a iluminar el camino para alcanzar una posible solución ante los diversos problemas que se nos presentan cotidianamente.
Precisamente en esta aplicación racional de la filosofía para comprender y solucionar determinados problemas que surgen a lo largo de nuestra vida, es donde se revela su sentido crítico y su utilidad. Su fin último es comprender la realidad no para contemplarla, sino para transformarla. Y es en este instante donde se muestra su valor e importancia para el ser humano.