Por Itzel Zúñiga
Ciudad de México
Agencia (dpa)
Con una sensual voz, despliegue de folclor y fusión de ritmos, la mexicana Lila Downs, que cumplió 50 años ayer, lleva en su canto a los desaparecidos, los migrantes, las mujeres, los indígenas y las injusticias sociales.
Diez álbumes de estudio, varios premios Grammy y numerosas giras hacen de Downs una de las principales exponentes de la música vernácula de México y de América Latina.
Hija de una cantante indígena de Oaxaca, un estado del sur de México, y de un cineasta estadounidense los inicios artísticos de esta mestiza fueron duros. «Era demasiado ‘gringa’ para el gusto mexicano y demasiado morena para los estándares estadounidenses», contó.
Quizás el secreto de Lila Downs, que estudió antropología en Estados Unidos y canto en México, fue finalmente conciliar los matices musicales de dos culturas diversas, aunque vecinas.
Su música mezcla jazz, blues e hip-hop con cumbia, ranchera y bolero. Sus letras, propias o de autores como Álvaro Carrillo, José Alfredo Jiménez y Agustín Lara, hablan del amor, la vida y la pena, o de la resistencia, las muertes que no debieron ser y el orgullo mexicano.
Ha pisado grandes escenarios de Europa, América Latina y Estados Unidos y colaborado con Enrique Bunbury, Mon Laferte, Totó la Momposina, Mercedes Sosa y Celso Piña, entre otros.
Con Andrés Calamaro grabó «Envidia», de su álbum más reciente, «Salón, lágrimas y deseo» (2017), tema que nació de su decepción por el triunfo de Donald Trump, con su discurso antimexicano, como presidente en Estados Unidos.
Para ella, el racismo se debe «a la falta de conocimiento del uno al otro» y proviene del miedo o «de la envidia a la alegría de los latinoamericanos».
Downs también puso música al caso de 43 estudiantes rurales de Ayotzinapa desaparecidos en 2014 -tras ser detenidos por policías y entregados a un grupo criminal- a los que rindió homenaje con «La patria madrina», un dueto con el colombiano Juanes e incluida en el disco «Balas y chocolate» (2015).
Debutó en 1994 con «Ofrenda», que tuvo pocas ventas. Se considera a sí misma una guerrera, lección aprendida de su madre, que le enseñó a ser valiente, a no callarse, a cantar y a pelear por sus ideales.
En 2003 su fama se extendió. Ese año el mundo supo quién era la mexicana con voz de contralto, trenzas y un hermoso traje negro tradicional, cuando en los premios Oscar interpretó al lado de Caetano Veloso «Burn It Blue», tema del filme «Frida», de Salma Hayek, basado en la pintora surrealista.
Muchos ven en Lila Downs a una Frida Kahlo que canta, por sus rebozos y vestidos bordados. Otros la consideran sucesora de Chavela Vargas, por su voz ligeramente áspera y su estilo.
Para Downs, que también ha hecho algunas pequeñas incursiones como actriz, México es color, una cultura rica, bellos paisajes y eso es lo que ella plasma.
También hay grandes tragedias que le duelen y que transforma en activismo, por ejemplo luchando contra los feminicidios o apoyando a los damnificados de los terremotos de 2017 y a las mujeres vulnerables.
«La música es un cobijo en tiempos difíciles» y un medio para hablar de las cosas en «un país donde cuesta decir y opinar», ha declarado la cantautora, casada desde hace más de 20 años con el músico estadounidense Paul Cohen.
Una de las metas que la vida le negó fue ser madre. Por ello, hace unos años adoptó a un niño al que nombró Benito, en honor a Benito Juárez, el único presidente indígena que ha tenido México.
Ícono del empoderamiento femenino, figura emblemática para la comunidad LGBTT y de las luchas sociales, entre las producciones de la cantautora se cuentan «La línea» (2001), «Una sangre» (2004), «La cantina» (2006), «Ojo de culebra» (2008), «Pecados y Milagros» (2011) y «Raíz» (2014).
La música es un cobijo en tiempos difíciles y un medio para hablar de las cosas en «un país donde cuesta decir y opinar.
Lila Downs, cantautora