José Manuel Fajardo Salinas
Académico e investigador UNAH

El 24 de agosto de 1954, hace 64 años, dos corazones se detuvieron en Brasil: uno, el corazón humano del líder del llamado “Estado Novo”, y además, el corazón imaginario de una nación que quedó en trance con el desaparecimiento de aquel que le ayudó a mediados del siglo XX a acuñar su identidad más profunda. El referente es don Getúlio Vargas, presidente de Brasil desde 1930 hasta el día de su muerte, cuando se despide en su testamento diciendo, salgo de la vida para entrar en la historia.

Amado por muchos, odiado por no pocos, ¿quién es este personaje tan significativo en la historia de una nación, y que aún es recordado con sentimientos que se encuentran en el entresijo del sincero fervor y del contundente rechazo? Su carrera política arrancó siendo diputado estatal a los 27 años (1909), luego, pasando por la diputación federal (1923), Ministerio de Hacienda (1926), gobernación de Río Grande del Sur (1928), alcanzó el poder máximo como Jefe del Gobierno Provisorio (1930 hasta 1934); luego ocupó tres veces más la Presidencia, de 1934 a 1937, en un Gobierno Constitucional, de 1937 a 1945 en el citado “Estado Novo”, y por último, luego de un período como senador, de 1951 a 1954, como Presidente electo.

¿Con qué apelativo es posible caracterizar lo que desarrolló este carismático líder brasileño durante un cuarto de siglo en los manejos del poder político de su país? Quizá lo más adecuado sería calificarlo de “polémico”, aludiendo a la raíz griega polemikós (la forma femenina de polemikḗ, “arte de la guerra”), ya que el juicio histórico encontrará en sus ejecutorias una serie de contradicciones y paradojas que provocarán incesantes debates. ¿De qué se trata? De que para algunos el siglo XX comenzó en Brasil hasta la llegada de Getúlio al poder, es decir, fue el padre de su modernización; para otros, fue un dictador, represor, creador de las leyes de excepción que posteriormente justificarían las atrocidades y escarnios de la dictadura militar que inició a finales de los años 60.

Quizá un modo apropiado de manejar su figura es categorizarlo como lo hace la historiadora Diana Uribe, “un modernizador a la latinoamericana”, o sea, como un caudillo, que usando las estrategias del populismo supo ganarse a la clase obrera y trabajadora para su causa. Medidas como el voto para la mujer, la sindicalización obligatoria, la jornada de ocho horas, la nacionalización del petróleo, la creación de los Ministerios de Salud, Educación, Trabajo, Industria y Comercio, etc. le granjearon la simpatía popular y significaron un antes y un después para Brasil, ya que previo a sus medidas, se podría afirmar que no había existido una política social estatal para el país, acostumbrado a períodos de bonanzas, que viniendo desde la Época Colonial -producción aurífera y de diamantes, de caucho, de azúcar, de café, etc.- habían hecho de Brasil el “mayor productor do mundo” en varios momentos, pero siempre a costa de una masa esclava o proletaria sujeta a los dictados del amo o el patrón de turno. Ahora bien, estas medidas favorables para la clase trabajadora no fueron simpáticas para los señores de la burguesía brasileña, que vieron mermadas sus ventajas y privilegios heredados.

Por otra parte, y apuntando a su otro extremo, Getúlio Vargas fue el que modificó o anuló la Constitución a su conveniencia, extendió sus mandatos, castigó con dureza los reclamos sociales que no eran de su iniciativa (caso de la épica Columna Prestes, movimiento político militar que recorrió el Brasil denunciando la injusticia social imperante), censuró medios de comunicación, clausuró partidos políticos, etc.

Ahora bien, y recordando el título de este artículo, ¿qué hace presente a don Getúlio para la posteridad? Algo particular, que siendo parte de su política populista, puede analizarse por separado y anotarse como su gran aporte a lo que hoy se entiende como la identidad brasileña. A través del aparato oficial, este caudillo latinoamericano incidió fuertemente en la conciencia nacional al desarrollar el sentido de valía del brasileño. Mediante su política de apoyo a los intelectuales, escritores, académicos, impulsó la atención a lo que era el proceso de constitución identitaria del Brasil; organizó y propulsó las escuelas de samba, que han llegado a ser hoy marca inconfundible del país, y junto a ello, dio impulso al deporte que les ha merecido cinco copas mundiales, y además instaló dos elementos simbólicos de inigualable valor patriótico, la bandera y el himno nacional.

De acuerdo al antropólogo francés Gilbert Durand en su obra Las estructuras antropológicas del imaginario, la identidad ancestral se forja en el ser humano mediante lo que él denomina “el trayecto antropológico”, es decir, mediante ese recorrido en el cual nuestra región instintiva más elemental se confronta con las condiciones del medio donde ha tocado vivir, y en un doble juego de adaptación, va creando símbolos que se repiten en las culturas variando de nombre, pero significando lo mismo: formas arquetípicas que ayudan a dar un sentido de identidad y valía para mejor sobrevivir la temporalidad humana. Esto son los imaginarios, creaciones humanas que se conforman en el camino de constitución de la especie, y que nos acompañan desde el alba de los tiempos. Ahora bien, cuando desde este invento de la modernidad, llamado el Estado-nación, estos imaginarios son identificados, profundizados, alentados y concretizados en símbolos compartidos, ocurre algo sumamente especial: se crea una cohesión social que traspasa las barreras de lo económico, lo político, lo étnico, y aparece una mancomunidad de sentires que laten al mismo ritmo, en el orgullo del compartimiento solidario.

Ese fue el legado máximo de don Getúlio, haber sabido presentir que Brasil necesitaba hacer consistente su propia identidad y darle todos los medios oficiales para consolidar y aprovechar las riquezas ya presentes en su imaginario, destacando la razón de su ser especial en el conjunto de la humanidad. Es por este motivo que aún hoy se le recuerda, y más allá de los límites de su ejercicio en el poder, se le debe considerar por este detalle: haber recordado al pueblo brasileño su inigualable e inalienable valía cultural.

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