Jorge Carrol
Director de la Red de Bibliotecas Landivarianas
Presidente de la Asociación Enrique Gómez Carrillo

El 30 de agosto de 1948 fue publicada una de las novelas fundamentales de la literatura argentina, “Adán Buenosayres”, de Leopoldo Marechal.

Tenía yo 15 años, pero tuve que esperar cuatro años más para que en una de las mesas del desaparecido “Palacio do café” (de la muy porteña calle Corrientes) para que me fuera concedido tener en mis manos, esta novela cuyos primeros capítulos datan del segundo viaje de Marechal a Europa: fines de 1929 o a inicios 1931; aunque el autor señaló que la comenzó en 1930.

Sin embargo, esta novela que me cambió de raíces mi forma de asumir la lectura de novelas tuvo que esperar hasta 1965, fecha en la cual Marechal publicó su segunda novela, “El banquete de Severo Arcángelo”, para ver una segunda edición, de bolsillo. El éxito de la segunda novela arrastró a la primera y la liberó del silencio a la que había sido condenada (por escritores como Borges, por ejemplo) luego del derrocamiento del gobierno de Perón, con quien Marechal colaboró.

Estos episodios degeneraron en un proceso que el autor mismo denominó “ostracismo interno”, pues fue ésta una época en la que fue marginado de la vida cultural de su país y visitado por pocos amigos. El autor vivió los años previos a la publicación de “El banquete de Severo Arcángelo”   enclaustrado en el apartamento en el que convivía con Elbia Rosbaco, su mujer. El reconocimiento que adquirió después de la publicación de su segunda novela impulsó la reedición de la primera y la aparición de numerosas publicaciones posteriores, al compás del ingreso del autor en un estatus de novelista de fuerte significado para la literatura argentina.

La novela se divide en siete “libros”: los cinco primeros están narrados en tercera persona y describen las peripecias de “Adán Buenosayres” entre un Jueves Santo y un Domingo de Resurrección transcurridos desde el 27 hasta el 29 de abril de un año indeterminado de la década de 1920.

Esta ubicación temporal resulta muy significativa porque el argumento gira en torno al proceso interior del personaje cuando, deambulando por las calles de Villa Crespo, se encuentra con la Iglesia de San Bernardo y con el Cristo de la Mano Rota, eje del mundo que remueve sus cimientos interiores y lo impulsa a buscar El Absoluto.

Los libros VI (“El Cuaderno de Tapas Azules”) y VII (“Viaje a la Oscura Ciudad de Cacodelphia”), en cambio, funcionan como apéndices y están contados en primera persona por el personaje central, el poeta Adán Buenosayres, claro alter ego del autor…

La novela comienza con el entierro de Adán y describe su periplo simbólico por la geografía urbana y arrabalera de un transfigurado Buenos Aires.

… desde su despertar metafísico en el número 303 de la calle Monte Egmont, hasta la medianoche del siguiente día, en que ángeles y demonios pelearon por su alma en frente a la iglesia de San Bernardo, ante la figura inmóvil del Cristo de la Mano Rota”.
Al protagonista lo acompañan en algunas de sus aventuras amigos y compañeros del grupo reunido alrededor de la revista Martín Fierro en los años 20. Así, la novela va del humor a la epopeya y de la tragedia al sainete, con un lenguaje eximio y por momentos deslumbrante. El propio Marechal declaró en el Suplemento Cultura y Nación del 29 de marzo de 1973:

“Al escribir mi Adán Buenosayres […] Desde muy temprano, y basándome en la Poética de Aristóteles, me pareció que todos los géneros literarios eran y deben ser géneros de la poesía, tanto en lo épico, lo dramático y lo lírico. Para mí, la clasificación aristotélica seguía vigente, y si el curso de los siglos había dado fin a ciertas especies literarias, no lo había hecho sin crear ‘sucedáneos’ de las mismas. Entonces fue cuando me pareció que la novela, género relativamente moderno, no podía ser otra cosa que el ‘sucedáneo legítimo’ de la antigua epopeya. Con tal intención escribí Adán Buenosayres y lo ajusté a las normas que Aristóteles ha dado al género épico.

Igualmente, en “Adán Buenosayres” se parodian una serie de discursos canónicos de la mitología clásica (en la katabasis o en los descensos infernales), de la literatura (a partir de Homero, Dante, Rabelais, Joyce), o de la vida cotidiana de los barrios porteños o de los estereotipos culturales argentinos.

La zozobra entre discurso canónico y discurso paródico es una constante en esta novela fundacional. Así es como podemos centrarnos en la parodia que realiza del discurso de Xul Solar, señalando el rol fundamental que Marechal le concedía al artista en la construcción de su texto.

Dado que en “Adán Buenosayres” cobran especial interés la parodia, lo grotesco y la katabasis, es el propio Marechal quien se encargó de remarcar la influencia que ha ejercido Rabelais. La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, en donde Bajtín aborda las mismas en su análisis de la serie de Gargantúa y Pantagruel, escrita por François Rabelais a comienzos del siglo XVI.

Podemos, en consecuencia, a la luz de Bajtín, plantearnos que los múltiples cuerpos grotescos que circulan por las páginas de “Adán Buenosayres” aparecen como figuraciones de un modelo de habitante de la Argentina de los años 30 y 40 del siglo XX, traspasado por sus múltiples y contradictorias herencias culturales, tema de especial relevancia tanto para Marechal como para Xul como para todos los intelectuales reunidos alrededor de la revista Martín Fierro. A su vez, la katabasis con la que se cierra el libro (el descenso a “la oscura ciudad de Cacodelphia”) se constituye como un simbólico viaje en busca de la propia naturaleza de la cultura argentina.

Cuando se publicó hace 70 años por primera vez “Adán Buenosayres”, unas pocas reseñas que se le dedicaron fueron muy negativas; algunos puntualizaron “en Sur se la juzga de mala copia del Ulises joyciano”. Pero entre tanto crítico ramplón, sólo se levantó la voz discordante: la de Julio Cortázar, quien firmaba un artículo laudatorio en la revista “Realidad”, pero a pesar de su defensa, por muy talentosa que fuera, no pudo impedir que una conspiración de silencio rodeara la obra durante más de 15 años.

Cuando se presentó la primera edición de “Adán Buenosayres”, como es natural y frecuente, la lectura del libro se hizo en términos políticos y entonces los mejores escritores del momento, los más conocidos, Eduardo Mallea (director de Suplemento Literario de “La Nación”) por ejemplo, reaccionaron violentamente contra el libro, le encontraron todos los defectos imaginables, no vieron ninguna de sus cualidades y entre tanto yo había leído ese libro y me había deslumbrado. Solo Julio Cortázar publicó una reseña favorable en la revista Realidad y durante quince días recibió amenazas e insultos por teléfono.

Algo parecido ocurrió cuando apareció Ulises, su autor (James Joyce) fue llevado a juicio por obscenidad, a Marechal no le fue mucho mejor. Las primeras críticas de “Adán Buenosayres”, particularmente las que salieron en la revista Sur, fueron lapidarias. Eduardo González Lanuza escribió que había que imaginar el libro de Joyce «abundantemente salpicado de estiércol» para tener una idea acabada de cómo era el Adán. Y cerraba diciendo que el autor, en el fondo, no era más que un engreído, un resentido y un tomista. Enrique Anderson Imbert dijo que era «un bodrio con fealdades» y Emir Rodríguez Monegal, que «las inmundicias con que cubre casi todas las páginas” eran del tipo de las que «decoran las letrinas del orbe hispánico». Asimismo, en octubre 1959, Borges comentó –en su mejor estilo “sangrón”– que Marechal había pensado inicialmente en llamar Fulano Varangot a su personaje, pero que «lo desechó porque todos lo embromaban llamándolo Leopoldo Guarangot».

¿Por qué tanto ensañamiento? ¿No habrá sido, tal vez, porque los personajes de la novela eran sus viejos amigos? No olvidar –reitero– que por las páginas de “Adán Buenosayres” aparecen satirizados Borges (el poeta ciego Luis Pereda), Xul Solar (el astrólogo Schultze), Raúl Scalabrini Ortiz (Bernini), Jacobo Fijman (Samuel Tesler) y hasta Victoria Ocampo (Titania), que se lleva, tal vez, la peor parte: «Diga si es cierto», escribe Marechal, «que, no bastándole la producción local, se dedicó a la pesca en otros continentes, atrayendo a sí a numerosos ejemplares masculinos, todos afinados en el uso y abuso de la inteligencia».

La operación de rescate de 1965, tras la publicación de “El banquete de Severo Arcángelo”, fue fulminante.

“Leída en un contexto renovador, se saluda a la novela como el principal antecedente de la nueva narrativa hispanoamericana; hasta los críticos más ácidos se ven obligados a matizar sus juicios”. 

Esa primera buena reseña de Cortázar fue el primer paso para un intercambio epistolar entre los escritores y un breve estudio sobre la relación entre “Adán Buenosayres” y “Rayuela” (1963, ya que ambas como sugiere Navascués (1), “se construyen a partir de la búsqueda de un paraíso, de modo que sus protagonistas deambulan por las calles de Buenos Aires o de París”.

Concluyo estas divagaciones-homenaje, con una carta que Cortázar le escribió a Marechal en 1965, y que demuestra la amistad y admiración que con los años unió a los dos autores que cambiaron rotundamente la novelística escrita en español a mediados del siglo XX:

 “Muy estimado Marechal:
   Perdóneme el que le escriba a máquina, pero la verdad es que pierdo toda espontaneidad tan pronto tengo una pluma entre los dedos. Como mis cartas son siempre «en borrador», me siento mucho más cómodo escribiendo a toda velocidad lo que me pasa por la cabeza. Perdóneme también que le conteste con retraso, pero he andado viajando y sólo ahora tengo un poco de tranquilidad para pensar en los amigos. Gracias por su mensaje tan cordial. Creo que tiene usted razón, porque lamenta haber tardado tantos años en enviarme unas líneas; yo lo lamenté profundamente en la época en que usted publicó Adán Buenosayres, pero también pensé que usted tendría sus razones para no decirme lo que me dice ahora. Por otra parte, ¿qué importa el tiempo? Lo único bueno es recibir en cualquier momento de la vida una carta como la suya, y pensar que valía la pena haber roto una lanza en su día por una obra admirable e incomprendida.
   Me alegra de verdad que Rayuela signifique algo para usted, porque para mí, es la prueba de que esa tentativa ha cuajado, por lo menos parcialmente. Poco o nada me importa el juicio «crítico» a dos o tres columnas, sea favorable o negativo; algunas cartas de gente joven, algunos testimonios inesperados y conmovedores, y ahora esta carta suya, me pagan con creces un trabajo de años. Pienso que usted lo comprenderá muy bien, porque nos marcó un gran rumbo con su Adán… y porque sin duda pasó por experiencias análogas.

   Me divierte pensar que Horacio Oliveira se ha juntado alguna noche con el grupo de porteños que vagan por los suburbios, y que lo han recibido como a un amigo. Me divierte y me conmueve imaginármelo junto a ellos asistiendo al glorioso encuentro del taita Flores con el malevo Di Pasquo, saboreando hasta las lágrimas el zapatillazo del pesado Rivera en la cabeza de Samuel Tesler. No cualquiera, creo, tiene entrada al velorio del pisador de barro. Yo agradezco por Horacio, y miro por sobre su hombro.
   Hasta siempre, Marechal, con un gran abrazo de su amigo,
Julio Cortázar.

 (1) . Adán Buenosayres una novela total: estudio narratológico – Javier de Navascués Martin – (1992) Ediciones de la Universidad de Navarra.
(2) Julio Cortázar Cartas 2 (1964 – 1968), Buenos Aires, Alfaguara, 2000.

PRESENTACIÓN

“Adán Buenosayres”, obra fundamental de la literatura argentina, cumple 70 años.  Para hablarnos del significado del libro y del itinerario farragoso por el que transitó su recepción entre los críticos, contamos con la colaboración de Jorge Carro.  Como es habitual, Jorge, conocedor del ambiente argentino, la literatura y sus epígonos, nos da a conocer en las páginas del Suplemento un horizonte amplio para acercarnos a la novela más importante de Leopoldo Marechal.

El reconocimiento ahora parece unánime, pero no siempre fue así, según nos narra nuestro colaborador.  Los popes de la literatura argentina, muchas veces por razones extraliterarias, no advirtieron las virtudes de una obra que, aunque ninguneada de manera prolija, hoy se constituye en texto capital de las letras de ese país austral.

Jorge lo resume así:

“Cuando se presentó la primera edición de ‘Adán Buenosayres’, como es natural y frecuente, la lectura del libro se hizo en términos políticos y entonces los mejores escritores del momento, los más conocidos, Eduardo Mallea (director de Suplemento Literario de ‘La Nación’) por ejemplo, reaccionaron violentamente contra el libro, le encontraron todos los defectos imaginables, no vieron ninguna de sus cualidades y entre tanto yo había leído ese libro y me había deslumbrado. Solo Julio Cortázar publicó una reseña favorable en la revista Realidad y durante quince días recibió amenazas e insultos por teléfono”.

Con nuestro artículo de portada, presentamos a usted las propuestas de Juan Antonio Canel Cabrera, Adolfo Mazariegos, Gustavo Sánchez y Miguel Flores.  Nos sentimos afortunados en La Hora por contar con colaboradores de primer orden como ellos y compartir con nuestros lectores del Suplemento tanto el proceso creativo de sus obras literarias, como la crítica con que elaboran sus planteamientos.

Que la edición sea de su agrado y continúe acompañándonos en la misión de construir un mundo distinto.  Que su afición por “lo cultural” sea la condición para imaginar escenarios más humanos, propicios para un país diverso, inclusivo y justo.  Hasta la próxima.

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