Juan Jacobo Muñoz Lemus
Yo no lo sé de cierto. Es en serio, no lo sé; pero tal vez se aspiró demasiado, cuando se concibió en la mente de los hombres, la estatura que podía alcanzar la raza humana.
Durante siglos y en todas las culturas se ha transmitido a los niños un catálogo de lecciones morales de elevada intención. Sermones adultos para mentes vírgenes, donde muchas veces ni siquiera es la intención del amor la que los mueve, sino la de la persuasión.
A los niños es fácil convencerlos, pues carecen de experiencias con que confrontar la información que reciben. A eso sumemos que tienen ganas de creer y que los mensajes vienen de personas que aprecian o que les han dicho que deben admirar.
Habremos adultos que, con actitud infantil tragamos píldoras imposibles, y hasta puedo decir que, con disposición sincera, abrazamos las ideologías que nos acomodan en el ánimo. Y andamos caminando por la vida, sintiéndonos impolutos, heroicos, libertarios y dueños absolutos de la verdad.
El problema con los adultos es que, aunque fuéramos sinceros en lo que decimos; no tenemos conciencia plena de las fuerzas ocultas que nos poseen y nos impulsan por los extravíos de la mezquindad, carente de sentimientos nobles y generosidad.
Hago esfuerzos por encontrar en cualquier época de la humanidad y en cualquier latitud, un período noble. Uno donde no haya explotadores y explotados, o donde los libertadores no se hayan convertido en dictadores. Tal vez uno donde la guerra no sea un negocio y la investigación científica no se parcialice. De las religiones, que decir; en el nombre de sus dioses, han cometido atrocidades, poniendo la moral al servicio de las más bajas pasiones; algo que aprendieron a hacer bien los políticos con la demagogia, que es su propia religión. Y aunque alguien pudiera corregirme con un dato aislado, creo que solo me daría la excepción que confirma la regla.
Ninguno de nosotros calla, todos defendemos aquello en lo que creemos y que solo es una creencia; muchas veces sin vigilar si nuestro planteamiento es justo, o si está cargado de ira, anhelos de poder, intenciones sádicas y ventajas oportunistas.
Cuántas veces no condenamos acciones sin entender los motivos. Una vez me dijo un maestro: “No me gustaría juzgar la conducta de alguien que tiene hambre”. Pero negamos, aislamos y excluimos a los otros, creando caldos de cultivo para cualquier perversión; la más aberrante, evitar que alguien esté bien, o buscar que se vea mal, para poder señalarlo y evitar así la experiencia de vernos a nosotros mismos. La máxima perversa detrás de esto es, que el que no se parece a mí, está mal. Mientras lleguemos a cualquier cosa pensando en nosotros mismos, vamos directo al matadero.
Como gente somos insensibles. No somos más que plebe idealizando equivalentes aristocráticos y rindiendo culto a personas convincentes, sin haber estado en contacto con las cosas y sin saber lo que hacen sufrir. Eso hace que en lugar de empáticos seamos sentenciosos y punitivos. Como prófugos de la justicia, pero la de lo justo; somos opinadores, justicieros, reactivos y reaccionarios. Eso es antisocial, son cuentos. Concluir sin conocer los contextos y las circunstancias es prejuicioso. Opinar para sentirnos dignos, justicieros y a salvo; no puede ser más que cobarde. Mientras menos se le guste a la plebe mejor, pero cuesta.
La ley es insuficiente. Solamente alcanza a ser un absoluto de la ética, que con ciega locura no es capaz de ver ni de dónde vienen los billetes que pagan sus cuentas.
En broma he dicho que nosotros todavía somos el eslabón perdido; ese concepto metafórico más que científico. Lo que intento decir es que el humano todavía es un ideal que no ha llegado a suceder, y como ya se sabe, el ideal solo existe en la idea. Pero como dice la gente, “es lo que hay”. Así seguiremos viviendo, en este escenario donde prevalecen la comercialización, judicialización y politización de las cosas humanas, cargadas con muchos de los males del mundo.
Cuando Zeus quiso vengarse de Prometeo por robar el fuego y darlo a los humanos, regaló un recipiente a la curiosa Pandora, cuñada del blanco de su ira. La instrucción de no abrirlo fue maliciosa, pues se sabía que lo haría; y al hacerlo, escaparon todos los males del mundo. Al final solo quedó en el fondo, el único valor que se había depositado, el espíritu de la esperanza.
En el nombre de esa esperanza, no deberíamos seguir con la moralina como estandarte; aunque mejor lo dijo Carl Gustav Jung: “El péndulo de la mente alterna entre el sentido y sinsentido, no entre el bien y el mal”.
Sucedáneo, a: adjetivo. Dicho de una sustancia que por tener propiedades parecidas a las de otra, puede reemplazarla con un grado de menor calidad.