Representar a la Iglesia Católica es parte de las funciones del Sumo Pontífice, y el Papa Francisco no puede ocultar el drama personal que está viviendo tras el escandaloso destape de una investigación profunda que demostró la forma en que la jerarquía encubrió centenas de casos de abuso sexual en Estados Unidos, lo que se suma a los numerosos escándalos que se han dado en tantos lugares del mundo, en donde también existió el crimen de los abusos, así calificado ya por el mismo jerarca, y el otro crimen, el que cometieron obispos y prelados que encubrieron descaradamente, dizque para proteger a la Iglesia, el comportamiento de sus curas y religiosos.
Creemos indispensable que la Iglesia revise el crimen para establecer la causa de que sea tan repetitivo el fenómeno en distintos lugares del mundo, pero sobre todo entender que el encubrimiento los hizo cómplices porque alentó la reiteración de muchos casos ante la certeza de que los superiores se encargarían de encubrirlos.
El daño a las víctimas es irreparable y todos los pederastas merecen castigo y los superiores la mayor sanción posible. Hay hasta “santos” entre los que deliberadamente encubrieron a los abusadores y eso es imperdonable; la Iglesia tiene que rectificar a fondo porque hay que poner punto final a esa política alentadora del abuso de poder que significa que un religioso se aproveche de sus fieles.
No entendemos cómo pueden instituciones llamadas a ser ejemplo convertirse en encubridoras de abusos. En Guatemala hemos visto, por ahora, cómo órdenes religiosas completas, para preservar su negocio en la educación, encubren terribles casos de acoso colegial que en algunas situaciones han llevado a las víctimas al suicidio. En ese caso pretenden mantener el “buen nombre” de sus Centros Escolares apañando a grupos que se encargan de hacer la vida imposible a algunos alumnos, y cuando se les denuncia lo que ocurre simplemente responden a las víctimas que aprendan a aguantarse.
Están siguiendo el asqueroso ejemplo de esa jerarquía hipócrita que se preocupó más por la “imagen” de la Iglesia que por el comportamiento animal de sus curas y el daño que hicieron a tantas víctimas. Les importa un pepino lo que sufren quienes son víctimas de esos acosos criminales y ni admiten culpa ni tienen la entereza de reconocer el daño causado.
Aunque muy tardíamente el Papa Francisco lo está haciendo. Dar la cara es esencial para resolver problemas, y eso es lo que no hace ni la Iglesia en el mundo ni ciertas órdenes con comportamiento de sectas en Guatemala.