Emilio Matta Saravia
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Considero la desnutrición crónica en nuestro país como el principal obstáculo para que podamos desarrollarnos todos los guatemaltecos, no solo algunos, de forma integral. Leí la semana pasada varias notas, tanto en el vespertino La Hora como en el matutino Prensa Libre que trataban sobre el tema de la desnutrición infantil y los esfuerzos del Banco Mundial para reducirla, a través de un préstamo de cien millones de dólares para financiar el programa “Crecer Sano: Proyecto de Nutrición y Salud en Guatemala”.
Me parece muy bien que el Banco Mundial se tome en serio los esfuerzos por reducir la brecha que tenemos en Guatemala con respecto al resto de Latinoamérica. Da vergüenza, por decir lo menos, que nuestro país tenga el mayor porcentaje de niños desnutridos en el continente, superando en casi el doble a Bolivia, el siguiente país con mayor porcentaje de desnutrición infantil. Liderar este “ranking” no es precisamente motivo de orgullo nacional, todo lo contrario.
El principal problema por el que esta situación se perpetúa en el tiempo es porque no es, ni ha sido nunca, una política de Estado. No existe un plan de acción serio, con datos estadísticos que reflejen no solo las áreas (municipios, no departamentos) con mayor incidencia de este problema, sino que también se diagnostique con precisión dónde están ubicados los niños de cada área en términos médicos y cuánto se tiene que avanzar por área (cantidad de niños e intensidad de los tratamientos médicos para recuperarlos) para determinar los recursos necesarios para lograr llevar a cabo este esfuerzo y medir los avances del mismo. Adicional a lo anterior, como el problema jamás ha sido tratado como una política de Estado, no ha existido un solo gobierno que lo tome con la debida seriedad, por lo que, si mucho, hay esfuerzos aislados en este sentido, realizados de forma descontinuada por los distintos gobiernos de turno. El actual gobernante ofreció disminuir la desnutrición crónica infantil en 10 puntos porcentuales, promesa que nunca cumplió.
Para que el préstamo que dará el Banco Mundial para disminuir la desnutrición tenga un impacto importante en lograr su objetivo, lo primero será asegurarse que el gobierno asumirá el compromiso de convertir el combate a la desnutrición crónica infantil en una política de Estado, blindar los fondos otorgados para que no sean utilizados para otros fines (como lucrar del mismo) y castigar contundentemente a quienes cometan actos de corrupción con dichos fondos, y cerciorarse que existe un plan completo, con datos claros de donde se focaliza el problema (decir que Huehuetenango es el departamento con mayor porcentaje de niños con desnutrición crónica infantil no es ni remotamente focalizar el problema), de qué dimensión es el problema (medidas normales de un niño vs medidas actuales de los niños afectados) cuando el mismo haya sido focalizado, los pasos detallados a seguir para eliminar el problema (cómo se va a recuperar a los niños desnutridos y cómo se alimentará a los que aún no padecen desnutrición pero tendrán propensión a padecerla por las condiciones de su hogar), y por último y no menos importante, como se evaluarán y eliminarán los factores externos que inciden en la desnutrición de los niños de las áreas ya focalizadas (saneamiento de las condiciones en las que viven, salubridad de los servicios públicos como agua potable, drenajes y alcantarillado, entre otros).
De nada servirá intentar atraer inversión extranjera a Guatemala, si nuestra mano de obra no es calificada, y padece desnutrición crónica con daños cerebrales irreparables. Donde empezar está claro.