Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera
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La feria del libro internacional que me parece ya terminó, trajo a escritores del Viejo Mundo a contarle a nuestro provinciano público, cuentos sobre el futuro de la novela y de otros subgéneros literarios. Los vinieron a asustar con el petate del muerto (el muerto sería la literatura en general) y, el susto, algo de lo que se viene hablando en el escenario intelectual de Oriente y Occidente desde hace más de cincuenta años con claridad y audacia. De modo que los agoreros importados por Filgua tal vez lo único que pudieron hacer del tema es un “aggiornamento”. Una puesta al día acaso ya un poco desangelada en 2018.

El gran siglo del teatro fue el XVIII y, el de la novela, el XIX, y principios del recién pasado XX. La razón es bien sencilla: el teatro y la lectura de relatos, cuentos, novelas, leyendas, cuadros de costumbres o crónicas de viajes servían para entretener el ocio de las clases “superiores”, para matar el tiempo o hacer del tiempo algo menos banal, superficial y trivial que el día a día tan gris -especialmente de las damas- que por un exceso de “romanticismo” deseaban, anhelantemente, “bobarizarse” o “karenizarse”.

La novela y el teatro, y también la poesía (en oligarquías menos bárbaras e ignorantes que la nuestra) tuvieron, fundamental, la función social de la entretención y asimismo del didactismo y la educación. A partir del Romanticismo, la Literatura se liberó y buscó cauces menos comprometidos y menos sujetos a rígidas retóricas y reglamentos religiosos. La libertad le ha durado bien poco, porque -de pronto y para comenzar la larga defunción- apareció el cine, la radio, la tele y por último todos los medios digitales que acabarán, definitivamente, tanto con el petate como con el muerto.

Lo mejor ¡o lo peor!, es que con este cambio de formas de comunicación y formas de entretención, se están llevando -asimismo entre sus líricos pies- al periodismo. Al periodismo tal y como lo conocimos los que ya peinamos canas de tiempo completo, eufemismo empleado para decir vejez.

Heráclito fue el gran descubridor –al observar las aguas de un río- de que el tiempo es tan fugaz como el agua que se escapa entre los dedos de la mano que, incapaces, de contención, tratan de someterla. Y también de que nunca nos bañamos en el mismo río, porque este cambia segundo a segundo en la media en que otras y otras aguas corren por su cauce. Para dar a entender que toda realidad cambia y cambia, sin que podamos tornarla inmutable. Todo muta, hasta el Ser… porque los dioses no siempre son los mismos. Zeus y Dios han muerto y hay que crear nuevos panteones.

Bueno, y si esto ocurre con los dioses del Olimpo o del Tepeyac, ¿qué no puede ocurrir con la novela o el periodismo? La humanidad camina a tropezones, pruebas y derrotas o supuestos éxitos en su Historia: nos echan del Paraíso y después inventamos bombas de fisión nuclear que acaban con pueblos enteros como Nagasaki y destruimos a mansalva un planeta que nos fue entregado nítido, virgen y colorido, que hemos convertido en impúdico lodazal…

El periodismo y la novela y el teatro ¡y no digamos la poesía que ya nadie lee!, están dando sus últimas patadas de ahogado. El hombre ha cambiado y la mujer, más. Nos hemos estado convirtiendo en una especie combinada o hermafrodita. Los géneros se funden. Tampoco sé si para bien o para mal, no quiero entrar en valoraciones inmorales.

Lo único que quiero darle a entender, lector, es que no es hora ya de que vengan franceses a asustarlo con el petate del muerto. Ya lo hemos descubierto aquí en nuestra ladina Guatemala y lo estamos anunciando, sin que se nos haga ningún caso, en esta Comala de muertos, más muertos que Juan Preciados muerto antes de “nacer”.

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