Danilo Santos

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Politólogo a contrapelo, aprendiz de las letras, la ternura y lo imposible. Barrioporteño dedicado desde hace 31 años a las causas indígenas, campesinas, populares y de defensa de los derechos humanos. Decidido constructor de otra Guatemala posible.

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Danilo Santos

Encontrar la ruta de salida a la actual situación en Guatemala no es fácil, hemos llegado hasta aquí macerando en instituciones y cultura; el caciquismo, la violencia y la descomposición de lo político y la clase política. Hay los que se decantan por la participación en los partidos, otros por realizar reformas jurídicas, y existen los que no creen ni en los partidos ni en la ley: desconfían de sus orígenes y creadores. El asunto es que cualquiera sea la salida, no se trata de lenitivos para esta crisis que vivimos desde el 2015, sino de reventar la sólida roca que encierra a la sociedad y al país en una prisión normativa que, ante la mínima crítica, espanta con totalitarismos y el trasnochado discurso anticomunista.

No estar de acuerdo y criticar a la clase política, al sistema, a las leyes, no significa poseer preclaridad revolucionaria sobre qué hacer para darle la vuelta a la tortilla. “Criticar es reconocer que somos un ser escindido”, arremeter contra lo que nos agobia contiene la conciencia de nuestra complicidad en la reproducción del orden establecido.
Ese “murmullo inarticulado” del descontento social puede ser la energía necesaria para avanzar hacia un nuevo contrato social, no inmediato, no abrupto. La opinión disidente debe continuar, así como este renovado ejercicio activo de la ciudadanía en contraposición con la sociedad y Estado anacrónicos. De lo contrario nos quedaremos solo con las próximas elecciones como la “gran” esperanza para el cambio. Jimmy nos estafó. Qué esperamos del próximo proceso electoral, ya no un payaso sino un tipo o tipa, verdaderamente serios y acartonados (¿se acuerdan de Otto Pérez y Roxana Baldetti?).

Pensar que las reformas llevadas a cabo en la Ley Electoral y de Partidos Políticos serán suficientes, es limitado, son el primer paso de muchos que hay que dar. Uno de los problemas de las reformas son los propios políticos; es como amarrar chuchos con longanizas, confiarle los cambios a los que se han aprovechado denodadamente del sistema político y de las leyes, es un tanto iluso: de momento no hay otro camino, pero no le pidamos peras al olmo.

Es hora de preguntarnos qué queremos, hacia dónde vamos: los partidos políticos, su dirigencia, funcionarios de gobierno del partido oficial, diputados y diputadas, no lo han sabido interpretar. Responden con violencia (verbal, legislativa y física), o con estupideces y argumentos desprovistos de otredad. Se aprovechan del hambre para reclutar gente que solo quiere llevar un plato a su mesa; y claro, también de los “vivos” que quieren atiborrarse. Tuercen la ley a su conveniencia. ¿De qué institucionalidad hablamos? ¿De la copada por esas mafias electorales y redes de corrupción?

Encontrar la salida a una crisis de gobernabilidad de casi cuatro años será más fácil si las izquierdas se unen más allá del Foro de Sao Pablo; si las derechas maduran y aceptan que pensar distinto a ellas no es querer Venezualizar el país. Será más fácil si nos preguntamos quiénes somos y qué queremos para nosotros, nuestras familias y esta tierra. Y, si aceptamos que lo que queramos debe convivir con lo que otras personas quieren. Ser civilizados pues.

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