Moscú/San Petersburgo
DPA
Marcos Rojo no tiene más de 28 años, pero puede decirse que forma parte del núcleo histórico de la selección argentina de fútbol, una generación que gracias a su agónico gol hoy ante Nigeria cobró una vida más.
El polivalente defensor izquierdo, que puede jugar tanto en el lateral como en la zaga, es uno de los rostros que tal vez hubiera dicho adiós a la albiceleste de no haber sido por su milagroso gol en el minuto 86, cuando conectó de volea y de derecha un centro de Gabriel Mercado para revivir a una Argentina que se hundía.
El jugador del Manchester United forma parte del grupo de futbolistas que carga con el peso de las finales perdidas en el Mundial de Brasil 2014 y las Copas América de 2015 y 2016. Una generación que, con la excepción suya y de Lionel Messi, tuvo hoy en líneas generales una noche para el olvido en San Petersburgo. Hasta el minuto 86.
Ni Javier Mascherano, que entregó un terrible penal a Nigeria, ni Ángel Di María, ni Gonzalo Higuaín estuvieron a la altura de la trascendencia del duelo. Pero apareció Rojo, uno de los cinco jugadores que hoy repitieron respecto al once que salió al campo en la final del 2014 ante Alemania. Mascherano, Enzo Pérez, Messi e Higuaín fueron los otros.
«Sabía que iba a meter un gol. Ahora empieza el Mundial para nosotros», dijo tras el encuentro el hombre nacido en La Plata, al sur de la ciudad de Buenos Aires. «Estamos más fuertes que nunca. Esto recién empieza para nosotros», agregó eufórico tras la victoria (2-1) que deposita a Argentina en octavos de final, donde espera Francia el sábado en Kazán.
Podría decirse que Rojo, que fue titular en el debut ante Islandia y suplente en el segundo choque ante Croacia, es un jugador que despierta en los Mundiales. El de Brasil 2014 fue el torneo de su despegue internacional y tras aquel Mundial, en el que para sorpresa de muchos fue incluido como titular por Alejandro Sabella, dio el salto desde el Sporting de Lisboa al Manchester United.
Su carrera había comenzado en 2008 en Estudiantes de La Plata, donde al año siguiente ganó la Copa Libertadores con Sabella como entrenador. Tras unos años en el club «pincharrata» fue transferido al fútbol ruso, pero no tuvo mucho éxito en el Spartak de Moscú y recaló en el Sporting de Lisboa.
Todo cambió, sin embargo, en Brasil 2014. Rojo mostró un buen nivel y mucho desparpajo en aquel Mundial -aún su recuerda su rabona en el primer partido ante Bosnia- y Louis van Gaal decidió llevárselo al United por 20 millones de euros. Desde entonces, se convirtió en un fijo de Argentina más allá de los cambios de entrenadores, aunque nunca pudo volver a brillar como en aquel Mundial.
Le costó afirmarse en el United, más allá de que renovó recientemente hasta 2021, y sufrió el sabor amargo de las finales perdidas. En la definición de la Copa América Centenario de 2016 en Estados Unidos, incluso, cometió una absurda expulsión que permitió a Chile -dirigido entonces por Juan Antonio Pizzi- recuperarse cuando tenía un jugador menos.