Juan Francisco Reyes López
jfrlguate@yahoo.com
Independientemente de lo que sea nuestra voluntad, y del numeroso apoyo que nuestra familia, nuestros médicos y nuestros amigos nos brinden, llega un momento en el que la máquina del cuerpo falla, una vez son los riñones, otra es el sistema gastrointestinal y por supuesto la maquinita del corazón sube y baja la presión.
Lo cierto del caso es que quincenalmente hacemos una excursión a uno de los hospitales privados de la capital y si la suerte es que estamos afiliados al Instituto Guatemalteco de Seguridad Social recurrimos al mismo donde, si bien las citas se dan con dos o tres meses de separación, por lo menos se dan a favor de los afiliados o de los pensionados del seguro.
Tampoco podemos descartar el servicio que se presta en los hospitales públicos, donde la romería es mucho más larga y el abastecimiento mucho más lento, por cuanto lamentablemente la mayor parte de los recursos se van en el pago del personal y no en beneficio de los pacientes.
En mi caso en particular, durante 50 años he sido afiliado al IGSS a través de numerosos patronos; inclusive del mismo instituto donde fui representante patronal durante casi 5 años, un año gerente y otro año más su interventor.
Si bien con ese patrono no acumulé los 10 años, de sobra he tenido los años de afiliación a través de las diferentes empresas privadas a las que he prestado mis servicios.
Como si fuera poco, como miembro del Ejército acumulé más o menos 6 años, por lo que de alguna manera podría decirse que podría invocar servicios en el hospital militar.
En todo caso, estos dos últimos años he tenido que estar en un hospital en México donde obtuve de emergencia una excelente atención; y de ahí, gracias a una de las líneas mexicanas, vine a aterrizar directamente, durante 21 días, al Centro Médico, de donde salí por dos meses para planear una nueva estadía durante la Semana Santa en el Herrera LLerandi, quedando, a partir de ese momento, en consultas semanales con un nefrólogo, en consultas quincenales con mi cardiólogo y en consultas mensuales con el neumólogo.
Adicionalmente, he tenido intervenciones de mi médico cirujano cardiovascular, me han puesto y renovado 6 catéteres concluyendo en dos fístulas, una no me funciono por la vejentud y una sintética donde me pinchan dos o tres veces a la semana para realizarme diálisis. Como se puede ver, estoy como los huevitos donde las abuelitas colocan las agujas.
A pesar de todo, los amigos cuando me miran me dicen “amigo te ves con muy buena cara” y yo con sinceridad les respondo, “caras vemos corazones no sabemos”.
Me he permitido un último aterrizaje con las enfermeras de blanco, azul y verde, en el Centro Médico, gracias a un cálculo que hace 3 noches se me atravesó y por supuesto me hizo gritar de un dolor que no es nuevo, pero ya se me había olvidado cómo son los cálculos renales.
Además, mensualmente voy a Cayalá a realizarme exámenes completos de laboratorio. Una gentil vampirito me chupa la sangre y me pide también muestras para otro tipo de exámenes.
¿Por qué relato esto? Para servir de ejemplo de quienes vienen detrás mío y decirles, como le digo a mis hijos y a mis nietos, cuídense porque lo que se siembra, nos guste o no nos guste, se cosecha.
Como dice una vieja canción: “El que tenga salud, que la cuide, que la cuide” porque si no la cuida su cuerpo le pasará la factura y tendrá que pagarla.
¡Guatemala es primero!