Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

Con el drama humano que viven millones de guatemaltecos, está pasando lo mismo que por años nos pasó con el tema de la justicia: hay personas que como creen que nunca se verán en esas condiciones que obligan a migrar de forma tan inhumana, ponerle coco a ese grave problema del país no es ahora una prioridad y se ha aprendido a convivir con las penurias de muchos de nuestros hermanos como parte del paisaje.

Así nos pasó durante mucho tiempo con el tema del aparato judicial ya que alguna parte de la sociedad no le puso ningún coco al colapso y secuestro de nuestro Sistema de Justicia y Penitenciario hasta que la realidad cruzó fronteras inesperadas, cuando alguna gente se dio cuenta que lo construido nos pasa a todos, como miembros del país, muy duras facturas que ahora son difíciles de pagar porque dejamos que los niveles de deterioro llegaran a extremos.

Estoy seguro que si Claudia Patricia Gómez Gonzáles hubiera sido una mujer con oportunidades a quien la policía fronteriza le mete un disparo en la cabeza, las reacciones habrían sido diferentes. No deja de llamar la atención cómo es que hay gente que se rasga las vestiduras por el Caso de la familia Bitkov, pero no dicen ni pío de la muerte de una migrante con sangre chapina.

El drama de la migración es un fenómeno que no podemos seguir ignorando porque es la mejor muestra de que somos una sociedad que falló en sus más elementales tareas humanas. Una vez alguien me dijo que el pobre lo era por su gusto y cuando le pedí que entonces me explicara el fenómeno de los migrantes y sus trabajos fuera de nuestras fronteras, optó por no seguir la discusión ante la falta de argumentos para continuar.

Como decía el sábado, hay cosas que no tienen vuelta atrás y nada de lo que se haga podrá revivir a Claudia Patricia, pero su caso nos debe servir para, primero, vernos con mucha humildad pero con más determinación para adentro y reconocer que no hemos sido un país que se pone de meta que nadie se quede atrás. Por el contrario, aprendimos a vivir, y muy bien, dejando atrás a mucha gente.

Segundo, entender que alentar acciones de autoridades que pueden estar actuando con base en prejuicios de raza (el caso del jugador afroamericano de los Minnesota Timberwolves es increíble) nos puede pasar factura porque el día de mañana, alguien nos escuchará hablando español en EE. UU. y quizá hasta nos detengan para interrogarnos porque hay quienes (como el abogado de NY que parece haber aprendido que ese no era el mejor camino) desean imponer una visión obtusa en torno a los migrantes que encuentra eco hasta en la misma Casa Blanca, a pesar del origen de la Primera Dama quien por canche no es discriminada.

Tercero, entender que del esfuerzo de los migrantes es lo que ha dependido que flote nuestra economía porque por los medios más convencionales no hemos logrado que más pobres salgan de la pobreza para engrosar las filas de una clase media que batalla todos los días por lograr los objetivos. A pesar del esfuerzo de muchos que generan empleo de forma honrada, no está siendo suficiente y necesitamos más para cerrar las brechas de una forma que nos beneficie a todos.

Cuarto, que nadie en su sano juicio y “pupuso” de oportunidades opta por emprender la ruta del migrante en la que se coquetea con la muerte, con los traficantes de humanos, con los cárteles de la droga y con autoridades que quizá andan viendo quién se las paga y no quién se las debe.

Una de las urgencias de los mínimos para el gran acuerdo de nación, es para poder atender un drama humano que está causando mucho dolor y división familiar pero que paradójicamente no vemos, porque los millones que mandan nublan esa perversa realidad que debemos cambiar sin demora.

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