Juan José Narciso Chúa
La gran controversia que todavía permanece sobre el traslado y posterior apertura de la Embajada de Guatemala en Jerusalén, constituye un elemento de análisis que merece atención. Sin duda, tomar una decisión de ese tipo constituye un riesgo enorme, principalmente cuando la misma decisión se toma sin ningún sustento sobre relaciones internacionales –la mayoría de países del mundo dentro de la ONU, no aceptaron tal posibilidad–; sin ningún miramiento detenido sobre la realidad del propio pueblo israelí y tampoco sobre el pueblo palestino –esta es una afrenta, si la decisión margina una situación geopolítica tan candente, pero también tan delicada y, aún más, humana–.
Los escasos elementos y, pobres por demás, que se utilizaron para tal decisión, únicamente descansaron en una actitud de docilidad con el actual mandatario estadounidense –subrayo dócil porque ni siquiera vino de una presión directa del Departamento de Estado, ni mucho menos de la Embajada en Guatemala y menos aún del propio mandatario Trump.
Entonces, ¿cómo se puede visualizar hoy después de todo lo acontecido?. En primer lugar, en el caso de la Embajada acá en el país, el embajador Arreaga sabe mejor que nadie, cuáles fueron las motivaciones del presidente Morales para dicho traslado. Ese conocimiento pasa por reconocer que su decisión está más motivada por acercarse o arrastrarse hacia el presidente Trump buscando que con ello, consiga restarle el financiamiento a la CICIG y al propio comisionado Velásquez.
Por otra parte, el Departamento de Estado, más cercano al embajador Arreaga, sabrá reconocer hacia el mundo, el acto del presidente Morales, pero hacia adentro saben muy bien, que su decisión es francamente oportunista y entreguista. Esto, por supuesto, le genera cierta empatía con el Departamento de Estado, pero no pasará de cuestiones coyunturales, nada estratégicas. El secretario de Estado estará más ocupado en la próxima cumbre con Corea del Norte que un cambio de Embajada, sino observen quién fue la designada para tal fin: la Primera Dama.
En el caso del mandatario Trump, seguramente lo vio con sorpresa, en un primer momento, para luego interesarse en el asunto, pero por mera curiosidad, entendiendo también que para él no constituye ningún respaldo estratégico, pero que seguramente le prodigará ciertos apoyos intrascendentes, pues con lo de la CICIG, nada cambiará. El presidente Trump también hará su propia reflexión interna y pensará, “…sin ni siquiera presionar, los Gobiernos como el de Guatemala, se alinean a nuestra postura, en una actitud poco digna…, pero me sirve”… Sin embargo, el apoyo del Gobierno de Estados Unidos a la CICIG no es negociable.
El gobernante Morales, se acercó al primer ministro Netanyahu, sin analizar siquiera que es uno de los más desprestigiados y calificado de corrupto en Israel, así como uno de los que no pretende, ni por asomo, llegar a un acuerdo de paz con Palestina. El pueblo de Israel sabe bien todo esto y seguramente deja al mandatario guatemalteco en una posición complaciente, no digamos lo que sabe y piensa el pueblo palestino.
Como se puede ver la decisión del presidente Jimmy Morales, no fue la más feliz, ni mucho menos, la más analizada. Simplemente quiso rendirle pleitesías a dos gobiernos, pero dejando atrás a sus propios pueblos, buscando únicamente salir, como pueda, del comisionado Velásquez. Lástima que nada de ello le resultará a Morales, el pueblo de Guatemala también hoy sabe quién es y cómo actúa, de nuevo de espaldas a toda la sociedad y en una forma que solo puede calificarse de indigna. Sin conocimiento no se debería ser Presidente –pero los ha habido–, sin embargo, sin dignidad como el actual, nunca debió ser.