Juan Jacobo Muñoz Lemus
Vivimos en una sociedad que dicta normas, algunas de ellas más bien caprichosas. Una sociedad que construye modelos, estereotipos y mitos sobre el deber ser y el deber hacer. Normas que muchas veces terminan siendo excluyentes.
A los hombres se les pide ser fuertes, valientes, poderosos, protectores, proveedores, y si les queda tiempo, aventureros. Las mujeres por su parte deben ser sensibles, sentimentales, maternales, suaves y dependientes; por supuesto generosas.
Un hombre tierno y que se ocupa del hogar, se entiende poco viril, y si es sentimental se le llama afeminado. Por el contrario, se le insta a que necesite varias mujeres y que por naturaleza renuncie a la fidelidad. Esto puede compensarlo pagando la cuenta cuando sale con una mujer, pero debe estar siempre en disposición de tomar la iniciativa sexual. Para eso es hombre.
La mujer gracias a los hijos vive un conflicto si trabaja y es independiente o autosuficiente. Y en el terreno sexual, se vuelve inmoral si tiene cualquier iniciativa, además de que al contrario que los hombres, tiene que ser virgen e inexperta. Una mujer que piensa puede asustar a los hombres.
Con base en todo esto, me surgen algunos puntos para reflexionar; aunque no me siento presionado a tener razón. En primer lugar, veo que una fantasía mágica, maniqueísta y dicotómica, hace creer que hay dos mitades que si se encuentran son capaces de formar una unidad. Es decir, que dos se reducen a uno. En segundo lugar, que a la larga, las mujeres se han sentido inferiores a los hombres en un diseño masculino, androcéntrico, quizá falocéntrico, que las lleva a sentirse menos. Un tercer punto, socarronamente se sostiene que el hombre piensa y la mujer siente.
Puede parecer hasta chistoso, que la gente se enamore de desconocidos que ha tenido que idealizar con base en algo inconsciente para amarlos. Se le llama amor al deseo, al objeto tal vez. O como diría Buñuel, el oscuro objeto de deseo. Aquella historia donde la histeria de un hombre choca con la de una mujer a la que intenta seducir, mientras ella lo elude dándole esperanzas. No en balde la histeria es el miedo a la nada.
Así pasa. Todos llegan con sus expectativas y topan con quien no las cumple. Claro, es imposible que alguien cumpla con eso, porque son solo expectativas. Lo que queda es vivir todo el tiempo angustiado y queriendo forzar las cosas. Todo lo que no sale es una herida al narcisismo, que puede hacer que pasen dos cosas: una, que se redoble de manera muy neurótica, el esfuerzo por llevar al otro a donde se desea; y la otra, que el narcisismo se diluya al punto de poder ser, verdaderamente amoroso.
Amar no es lo mismo que tener pareja, mucho menos tener sexo. Pero hay muchos que tienen sexo para sentir que están en pareja y encima creer que viven un gran amor.
Queremos entender al otro para amarlo, en lugar de amarlo para entenderlo. El premio a no necesitar ser un protagonista es poder amar, en lugar de solo necesitar ser amado como un niño. Ese es el gran momento para no tener que estar probando con cualquiera, para ver si es chicle y pega; y sabiendo que si no hay nadie, se cuenta con uno. Por eso todo empieza por saber ser en soledad.
Masculino y femenino; logos y eros. Mujeres que quieren ser las dueñas de los pensamientos de los hombres, frente a hombres que quieren ser los dueños de los sentimientos de las mujeres. Mujeres que admiran a los hombres que piensan y hombres que buscan a las mujeres amorosas. Ambos desean lo que crédulamente sienten que les hace falta.
Muchas mujeres que admiran los discursos de los hombres, aspiran a ser la última en la vida de un hombre, y muchos hombres que aprecian la sensibilidad de las mujeres, sueñan con ser el primero en la vida de una de ellas. La mujer quiere ser valorada por el que piensa y dice cosas bonitas, y el hombre quiere ser adorado por la que lo hace sentir y le avisa que quiere amar.
Si aceptamos la tesis de que mujeres y hombres somos por igual miembros de la raza humana, esto no se fomenta con el estímulo malicioso a diferencias que marcan roles injustos para todos.
El amor es cuidado, y la función del ego es cuidar; digamos que es algo del amor propio. No hay que dejar que un ego hipertrofiado nos aleje de un buen propósito.