Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
El carácter internacional de la Comisión Contra la Impunidad que se pactó con Naciones Unidas a solicitud de Guatemala y la resistencia a la lucha contra la corrupción y la impunidad en nuestro país, coloca el tema de la soberanía como uno de los grandes paradigmas del debate nacional, avivado ahora por la decisión de la Cancillería de pedir el retiro del embajador de Suecia, Anders Kompass. Sin embargo, tenemos que advertir que nuestra eterna doble moral hace que seamos puntillosos respecto al carácter de Estado soberano cuando nos conviene, pero no dudamos en acudir con lloriqueos ante la comunidad internacional si pensamos que ello puede ayudar en nuestra agenda particular.
No se toma como agresión a la soberanía que un diplomático se ponga de alfombra de los corruptos apareciendo con ellos en cuanto acto público se ofrezca y, peor aún, se les usa como punta de lanza para criticar a otros colegas suyos que están esforzándose por contribuir de manera abierta con un país que necesita y demanda cambios si quiere tener futuro.
Hay casos que se vuelven paradigmáticos porque son muestra categórica de cómo actuamos cual veletas respecto al tema de la soberanía. Se despotrica contra la intromisión de la CICIG y la presencia de un colombiano al frente de esa institución, pero se usan los argumentos deleznables de otro colombiano, Álvaro Uribe, quien tiene la cola machucada y no es objetivo cuando habla de Velásquez porque fue precisamente él quien le destapó actividades criminales.
No digamos en el caso de los rusos que sirve para satanizar a la entidad de Naciones Unidas como punta de lanza del Kremlin y que, como paradoja de los soberanistas, los ha impulsado a realizar intensa labor en Washington para que sea precisamente ese poder extranjero el que se venga a entrometer en un proceso que, como dijeron ayer en una carta los excancilleres y exdiplomáticos guatemaltecos, se inició precisamente por el apoyo que Estados Unidos brindó para desmantelar redes de trata de personas, que extendían documentos falsos a extranjeros que podían presentarse como guatemaltecos en todo el mundo. Se ha llegado al extremo de convencer a venales senadores de que en Guatemala hay una persecución de mala fe contra inocentes personas que, sepa Dios por qué, compraron certificados de nacimiento falsos y obtuvieron carta de ciudadanía guatemalteca no obstante su origen ruso.
Nunca hemos sido ni podemos ser un Estado absolutamente soberano porque dependemos cada vez más de la comunidad internacional para infinidad de asuntos realmente importantes y la ayuda que recibimos de alguna manera compromete nuestra cacareada soberanía. Basta ver el comportamiento en el caso de Israel para entender que nos ponemos de alfombra de cualquiera con tal de ir logrando objetivos. El traslado de la Embajada tiene explicación en el afán de congraciarse con un Trump, que vive su propio calvario con investigaciones que se parecen a las que sufre Morales en Guatemala, lo que lo hace parecer proclive a dar el zarpazo para acabar con la CICIG y toda la lucha contra la corrupción, lo que hizo que nos pusiéramos de culumbrón haciendo el ridículo ante el mundo.