Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Lo que se ha ido sabiendo del financiamiento electoral en la última elección presidencial evidencia la forma en que se ha trabajado a lo largo de muchísimos años en cuanto a la operación de campañas políticas, aunque la de 2015 tuvo la característica de que fue la primera realizada en el marco del escandaloso destape sobre la manera en que se ha ido corrompiendo no sólo la política sino el país en general. Y escuchando algunos testimonios de quienes ahora están sindicados por haber incurrido en financiamiento electoral ilícito, uno ve que el argumento común es que se proponían contener la que parecía arrolladora campaña del “corrupto Baldizón”, pero tampoco querían que la opción fuera su igual Sandra Torres y que por ello se pensó en meterle chorros de dinero bajo de agua a la candidatura de Jimmy Morales, sin que nadie se tomara la molestia de hacer un necesario trabajo de investigación y análisis para no sólo ver su historial sino también el de quienes le rodeaban ya en esa campaña que se basó en un oportuno “slogan” de que el candidato no era ni corrupto ni ladrón.
Vistas las cosas en perspectiva, lo mismo daba Chana que Juana porque se demostró que no había diferencias entre la vieja y la nueva política, dada la disposición general a vender el alma al diablo mediante el financiamiento electoral entregado en forma anónima pero consistente. Aquella expresión de la plaza, de que “en estas condiciones no queremos elecciones”, era mucho más analítica y profunda que la de quienes decidieron mantener las condiciones pero cambiar al beneficiario del financiamiento. Y es que en la plaza se entendió que finalmente el problema no es de personas sino de un sistema pervertido a fuerza de la reiteración de prácticas que privilegiaron los aportes en dinero al mismo voto que quedó reducido a una especie de producto en compra venta que se iría con el que más plata tuviera para hacer ese tipo de campañas vacías y clientelares.
Y eso que no se había develado el Caso Cooptación del Estado que fue tan ilustrativo sobre hasta qué profundidad se había regado el cáncer de la corrupción en nuestro modelo político. Era evidente que las condiciones estaban dadas para afianzar nuevamente el poder de la política tradicional, sin que importara quién ganara las elecciones y mucho menos si con ligereza se acepta un “slogan” de campaña como si hubiera sido la Biblia, sin siquiera realizar el menor esfuerzo por tratar de contrastarlo con la realidad.
Ahora sabemos cómo ha operado la Cooptación del Estado y cuán certera es la expresión del Comisionado de que el financiamiento electoral ilícito es el pecado original de la democracia guatemalteca. Yo agregaría que no sólo es pecado original sino el pecado mortal, porque es finalmente lo que mató por completo el sueño de quienes en 1985 supusieron que habría una transición del autoritarismo a una democracia transparente y limpia.
Cambiar esa realidad es la tarea que nos compete a todos y, por supuesto, no es nada fácil porque el mal está enquistado hasta las raíces de la sociedad misma. Pero el país no tiene alternativa y debe encauzarse a terminar con la impunidad y la corrupción.