Fernando Mollinedo C.
El presente artículo no es para auto lisonjearme, me feliciten o me acusen de utilizar el espacio periodístico para lograr la atención de los lectores por si acaso piensan que “no tengo quien me escriba”; no es así. Tuve una niñez normal, estudié la primaria en escuelas públicas de Guatemala y México, ciclo básico y diversificado en institutos nacionales; universidad: Usac y Marroquín.
Al salir de la adolescencia principié a darme cuenta de la realidad de la vida, sus bellezas y fealdades materiales, riquezas y pobrezas económicas; a conocer a las personas por el grado de verdad que manifestaban en sus actos en concordancia con los supuestos valores que recibían de sus hogares y organizaciones religiosas. También conocí el sentimiento maravilloso de cupido.
Las noticias de la realidad nacional en esa época sembraron en mi pensamiento el deseo de investigar, conocer y entender el porqué de esa cruda realidad que de forma material desangraba a la población urbana y rural; estudiar me hizo comprender los factores esenciales que dominan el diario vivir de las personas y de quienes dirigen la administración pública. No podía creer que las instituciones proyectaran sus actividades para favorecer a determinados grupos económicos, omitiendo su objetivo principal; satisfacer o al menos paliar las necesidades de los desposeídos.
En la 04 de la Usac (Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales) y su dilecto cuerpo docente aprendí las regulaciones jurídicas que debe observar la sociedad; en la Francisco Marroquín, los estudios de Historia me permitieron conocer otros ángulos de cómo percibir, entender y vivir la vida, pero en ninguno de los estadios académicos me dijeron que el comportamiento egoísta humano basado en la acumulación de la riqueza prevalecía sobre el interés general (contrario sensu a lo que estipulan las leyes) lo que ha justificado a los movimientos reivindicativos tanto urbanos como rurales.
Ese balance ideológico me dio la oportunidad de expresar ideas, comentarios, sugerencias y denuncias, de quienes piensan y exponen, sin opción a ser escuchados o leídos por las autoridades administrativas que rigen al país. ¿Por qué relaciono mi cumpleaños con lo que escribo? Porque a esta altura de la vida, sigo sin comprender el vicio de la codicia de quienes más tienen y más desean sin importar que, para la obtención de sus mezquinos intereses recurren a la pobreza económica, moral, ética y espiritual de los gobernantes para derivar la actividad gubernamental en perjuicio de los más necesitados y en beneficio del sector económico pudiente.
Este mi cumpleaños, refuerza mi convicción de seguir aportando ideas, conocimientos, sugerencias, opiniones, incluso, disentir de lo que dicen los jóvenes “doctos analistas” contra cuyas verdades no admiten criterio contrario; los años pasan y “pesan” enseñándonos a vivir con determinada cautela y prudencia.
Un año calendárico más, uno menos de acuerdo a la ley de la vida; un tiempo más para ver los descomunales yerros e ignominia de quienes creen que el ejercicio temporal del poder los eleva a la categoría de semi dioses infalibles.