Ixquick (1994) Roberto González Goyri.

Miguel Flores

La Antigua Guatemala siempre ha sido vista como una ciudad para el arte, prueba de ello son los Festivales de Arte y Cultura que realizaba la Dirección General de Cultura y Bellas Artes en los años sesenta y setenta. En estos eventos, personajes como Eunice Lima, Julia Vela y Norma Padilla, organizaron y coordinaron impresionantes producciones artísticas, ahora en la memoria de sus protagonistas.

La labor de estas tres excepcionales mujeres hizo que el Estado produjera arte, que los militares de la época dieran paso a obras que, por no entender, lograron presentarse al público. Con los años estos festivales murieron por falta de recursos económicos.

Otro punto de inflexión en la vida cultural de La Antigua se dio a mediados de los años ochenta, cuando empezó a convertirse en una ciudad donde el arte floreció de nuevo, sin duda por un nuevo tipo de habitante: los estadounidenses radicados que valoraron y promovieron lo artístico. En esa ciudad nació Galería Imaginaria, todo un parte aguas para el arte visual del momento, sitio de exposiciones de fotografía.

En los noventa se dio un momento importante cuando la Fundación Paiz, bajo la dirección de Jackeline Riera de Paiz y Ángel Arturo González, organizaron de nuevo los Festivales de Arte, con una oferta de más de cien actividades en tres semanas. En ellos hubo espacio para todas las ramas del arte con artistas nacionales e invitados de varios países del mundo. Fue fundamental, además, la inversión en la adecuación de espacios, así como una importante inversión en equipos de sonidos y luminotecnia para crear espectáculos de alta calidad artística, que cumplían los requerimientos de compañías de teatro como Rajatabla, o de danza como el Ballet Nacional de Cuba. No hay que olvidar su programa de formación de nuevos públicos con programas específicos y gratuitos para estudiantes de primaria y secundaria.

La infraestructura cultural de La Antigua es pobre, un ejemplo es el museo de Arte Colonial (antiguo edificio de la Universidad de San Carlos), el museo del Libro Antiguo, y el museo del Palacio Municipal, todos con una pésima museografía y sin una programación determinada, son como las antiguas colecciones del siglo XIX, depósito de objetos de valor histórico.

Ante la anomia estatal, grupos de ciudadanos crearon espacios alternativos, lo que hizo florecer numerosas galerías de arte, restaurantes especializados de alta calidad y reutilización de algunas ruinas para la actividad cultural. Entre todas estas iniciativas surge el Hotel Casa Santo Domingo, con el concepto de ser un hotel-museo, en parte de los terrenos de lo que fue el convento de Santo Domingo.

Luego de una exhaustiva exploración arqueológica, que rescató objetos y niveles originales de piso con vestigios de arquitectura colonial, tal vez lo más valioso encontrado es un Calvario en los niveles subterráneos, en sus criptas. Este hotel reseñado por revistas especializadas como un lugar a visitar en Guatemala, se encuentra decorado con piezas de imaginería colonial, trozos de retablos y la reconstrucción, en parte, de la atmósfera monacal de los dominicos.

Como una extensión del hotel, Santo Domingo del Cerro, a las afueras de La Antigua Guatemala, es un espacio concebido para un remanso del espíritu. Alejado de las multitudes que agobian una visita regular a la ciudad colonial, en este lugar es posible encontrar un lugar donde el arte visual y culinario se funden en una propuesta peculiar al visitante de Sacatepéquez.

En sus jardines se encuentran numerosas esculturas actuales, de diferentes artistas. Desde un punto crítico, no todas pasarían un curaduría exigente, pintores que esculpen. Sobresalen Juancho León de Luis Díaz, un impresionante perfil recortado en acero y girado de su eje, realmente es una obra sorprendente, por sus dimensiones más de cinco metros de altura, y su ingeniosa concepción como escultura, y su temática. También resalta por su peculiar lenguaje y repetición contante –en exceso– las obras, las de Efraín Recinos.

Santo Domingo del Cerro, cuenta numerosos espacios para la realización de actividades de variada índole, aderezados con el arte. Destaca el museo a Efraín Recinos, un lugar que da cuenta de la vida del artista. Ahí se pueden apreciar sus condecoraciones, las fotografías de su vida y la recreación de su estudio y dormitorio. Lamentablemente, el espacio adolece de una buena museografía. El discurso que desprende este pequeño recinto, es el de forjar la idea a los visitantes de que Recinos fue un asceta, un iluminado. Un Hermano Pedro contemporáneo, donde sus milagros parecen ser sus obras. Pero una visión de la obra del gran creador apenas si se muestra. Faltan recursos museográficos contemporáneos.

El visitante podrá encontrar, asimismo, una galería temporal en el que se muestra contemporáneamente lo que se denomina el legado de Roberto González Goyri a Guatemala, un tesoro del arte guatemalteco bajo la custodia de la Asociación González-Goyri. En ella se encuentran fotografías, una selección importante de piezas escultóricas y pictóricas, proyectos y bocetos que narran la vida de uno de los artistas más importantes del siglo XX en Guatemala.

El atractivo del espacio natural con una vista privilegiada de La Antigua Guatemala con el arte hace una amalgama válida. En estos últimos días del 2017, tanto la exposición temporal como el museo han tenido numerosos visitantes. La asistencia en este espacio pudo dejar un fragmento de conocimiento de dos artistas señeros del país, y ver esculturas como no hay otras en Guatemala. Tal vez falte información sobre el arte que se observará, para contextualizar el arte que el visitante verá.

Está comprobado que Guatemala tiene una vocación de turismo cultural y natural que se ha explorado poco, e invertido menos.

Feliz Año, y visite un fin de semana Santo Domingo del Cerro.

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