Raúl Molina
Al conmemorar cien años de la Revolución Rusa de 1917, reconozco el inmenso valor que ésta tuvo, al poner en práctica el primer régimen socialista del mundo, con inspiración de Karl Marx, con su análisis de las clases sociales e injusticias del capitalismo y las posibilidades del socialismo, con igualdad y poder popular. Un siglo después, por razones a explicarse históricamente, el “socialismo real” aplicado en la Unión Soviética y otros países no perduró. No obstante, ante el fracaso del capitalismo liberal –culpable en sus variantes de dos guerras mundiales y una Guerra Fría contra el bloque socialista- y del neoliberalismo capitalista –que ha concentrado la riqueza y multiplicado la pobreza y además ha destruido la naturaleza- el socialismo es hoy más necesario que nunca y camino inevitable de la Humanidad, si ésta ha de sobrevivir.
Esto, que es anatema para nuestra clase media, amedrentada por el “fantasma del comunismo” desde la década de 1950, necesita ser aclarado. Las diversas versiones del capitalismo insisten en que el Estado no debe intervenir en la economía; no obstante, cuando las empresas están en problemas recurren sin escrúpulo alguno a pedir que el Estado las salve. La crisis bancaria que resolvió Obama es un ejemplo y ahora Trump se beneficia, al lado de grandes millonarios de EE. UU., de una disminución billonaria de impuestos como regalo del Estado. La receta neoliberal ha sido reducir el Estado a su mínima expresión. De esa manera, al restringirse la economía a la maximización de la ganancia, los sectores de menores ingresos quedan desamparados. El socialismo, en sus distintas variantes, plantea que el Estado debe intervenir en la economía, para garantizar la redistribución de la riqueza, que es generada por todas y todos, también a los sectores de trabajadores o dependientes (tercera edad, viudas, niñez, discapacitados y seres marginados). Todas las políticas de bienestar social han tenido un fundamento socialista -y llevan al goce de los derechos económicos, sociales y culturales- como, por ejemplo, la educación gratuita, servicios nacionales de salud y seguridad social que Arévalo generó con su “socialismo espiritual”. Los países con mejor índice de desarrollo humano en el mundo –los escandinavos, Canadá, Australia- han aplicado el socialismo democrático, que no se lanza contra el capitalismo, sino que hace que éste se haga responsable de aportar para el beneficio de toda la sociedad. Costa Rica es un ejemplo de lo que pueden aportar las políticas social-demócratas, con la gran ventaja de haber eliminado al Ejército hace más de medio siglo. Mi tesis es que, tarde o temprano, todos los países recurrirán a formas socialistas para sus regímenes políticos y económicos. El capitalismo, una fase de la evolución de la Humanidad que provocó el desarrollo de la ciencia y la tecnología y se aprovechó del mismo, es generador de guerras, violencia y rapiña. El socialismo llevará, necesariamente, a modalidades de solidaridad entre los países y entre los pueblos. El socialismo espiritual de Arévalo o la social democracia propugnada por Colom Argueta bastarían para colocar a Guatemala en el siglo XXI.