Alfonso Mata
Es un grupo insólito, con diversas cualidades de las que hablaremos solo de algunas de algunos y de éstos de las que les son comunes. Somos el país con más industrias de Centro América y el más pobre, ecuación atípica ¡no! Nuestra banca está en sus manos, nuestras finanzas también y entonces ¿qué no funciona? Veamos algunas observaciones.
Nuestro industrial y comerciante es altruista solo que las matemáticas que utiliza son especiales: si da a docenas, explota a cientos; si da a cientos, explota a miles y así, sus proporciones de su “quita y doy”, forman una ecuación, que le permite engrosar cuentas bancarias. La matemática del quita y doy también, la aplica a lo que espera de su negocio, menor costo y mayor ganancia a costa muchas veces de lo que denomina “sus trabajadores”.
Esa extraña matemáticas le provoca insólitas interpretaciones y comportamientos: ama la tierra y sus bienes no a sus bichos ni a sus seres y explota de ella “lo para mí y lo sobrante para los otros” luego ama extraer, no la patria, si sus paisajes y su naturaleza a la que algo se le puede desenterrar.
Para el logro de lo anterior y del manejo de lo que produce y vende, muchas veces corrompe a autoridades, líderes, pueblos, incluso religiosos, a sabiendas y bajo un principio solo aplicable a él “es corrupto el que se deja corromper no el que corrompe”. En ello, une corazón y mente, apropiándose de una ética personal y voluntariosa, que genera un lenguaje altanero y atrevido acompañando de osadía, de lo que surge una poderosa figura que rompe moldes para pasar sobre los demás, a tal punto que cosas que le son serias a los demás, en él adquieren y se transforman en trivialidades, como es el sobrevivir y otras cosas necesarias para ser bueno y mejor. Eso, él las tiene aseguradas para siempre. Por lo que fuera de amasar, nada mueve su temple de vivir y es ajeno a escrúpulos de conciencia, aunque de vez en cuando se le inquieta y cuando eso sucede, la calma aplicando las matemáticas ya descritas, con lo que bien se cumple aquel viejo dicho popular entre nosotros que reza que “una cosa es lo que haga un hombre y otra lo que ordena la religión” El primero paga dividendos, el segundo aquieta conciencia y entre ambas hay un inmenso mar que se mueve hacia el hacer hoy.
Bien ese afán de grandeza mortal aunque también social, a muchos lleva a enfermedad y cuando eso se une al corazón, nos da una panorámica de un hombre tacaño, duro y agrio, insatisfecho siempre, solitario y con dificultad e incapacidad para compartir a pesar de situarse en medio de una sociedad exhausta y agotada a la que le saca trabajo pero no lo humano. Su ser, agitándose de manera desordenada y cruel pone sus ojos todo el tiempo sólo sobre lo utilitario, lo que permite a nuestra gente con frecuencia y envidia, decir de él: “Donde está el tesoro ahí está su corazón”.
Tiene una forma peculiar de hablar, él es el expositor y oyente a la vez y en lo que dice medio sugiere y medio revela. A los demás ordena. Es juez y parte en sus pensamientos y depositario también de las acciones que estos emprenden y cuando fracasa esa conversación y sus resultados -que suele darse con frecuencia y dependiendo del tema- el culpable es su silencioso público y también el que paga los platos rotos, y en todo caso, él podrá ser el pícaro, pero no el maleante.
Al llegar al final de su vida, siempre es positivista, siempre concluye en lo mismo: mi vida ha sido buena, siempre conseguí lo que me proponía. Al igual la respuesta de cómo lo logró: la tenacidad de mi carácter. Las herencias de las que partió (financieras y no financieras) nunca las menciona, pues resta poder a su emprendimiento y cuando hablan de sus compañeros que partieron de cero, casi siempre se refieren a “pillos de siete suelas”. Bien, sólo me resta añadir a esta incompleta anatomía, el dicho de mi abuela “al que le venga el guante que se lo plante”.