María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

El idealismo es uno de los dos grandes paradigmas de las relaciones internacionales que aunque, junto a su competencia el realismo, son posturas bastante rígidas y ya un poco antiguas, siguen teniendo una gran vigencia en la actualidad.
La existencia e importancia de la Organización de las Naciones Unidas como un ente facilitador de cooperación entre las naciones es el ejemplo más claro de la permanencia del paradigma idealista como uno de los dominantes del mundo actual. Su origen se encuentra precisamente en el final de la segunda guerra mundial en 1945 cuando reemplazó a la Sociedad de Naciones, surgida tras la primera guerra mundial, al no haber tenido la capacidad de evitar otro conflicto de carácter global.
Desde entonces, la ONU se ha convertido en el organismo multilateral más importante en el que Guatemala ha tenido que jugar un papel (que por el momento no calificaremos de bueno o malo) como uno de los estados miembro, y emitir su voz y voto en materias determinantes internacionales.
Guatemala ha tenido participaciones emblemáticas en su historia de votaciones en las Naciones Unidas, tal es el caso de aquel famoso voto que fue decisivo para la aprobación de la resolución 181 que dio paso al reconocimiento del Estado de Israel.
Recién en 2013, Guatemala concluyó su periodo como miembro no permanente el Consejo de Seguridad de la ONU, el organismo más importante de esta organización, encargado de la prevalencia de la paz y la seguridad mundial, único que puede tomar resoluciones que los miembros tienen obligación de cumplir. Para ser electos a ese cargo, Guatemala tuvo que impulsar fuertemente una candidatura en la que se hicieron esfuerzos para vendernos como un candidato competente e idóneo, haciendo énfasis en el bagaje de experiencia que se tenía en la construcción de la paz.
No obstante, poco se distinguió la participación guatemalteca en sus votaciones como miembro del Consejo de Seguridad en el que los votos frecuentemente son decididos por los miembros permanentes (Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Rusia y China) quienes en temas determinados que amenazan la paz mundial, a menudo, votan como bloques: occidente y oriente. Guatemala, con frecuencia se alineó a los países occidentales para votar.*
Lo anterior no es bueno ni malo (me refiero a decidirse por oriente u occidente), solamente evidencia que tradicionalmente Guatemala no ha tenido un móvil genuino para votar, sino que se ha convertido en un pequeño peso que se alinea y se suma a tal o cual postura para quedar bien.
Esto no es más que el resultado de la inexistencia de líneas claras y estratégicas de la política exterior guatemalteca la cual a través de la historia ha sido inconsistente y prácticamente nula.
El cambio de nuestro representante permanente ante la Misión de las Naciones Unidas, es un momento crucial para analizar la actuación que hasta ahora ha desempeñado Guatemala en ese magno organismo.
El Ex canciller y ahora embajador ante la ONU, Fernando Carrera, cuya capacidad y profesionalismo son incuestionables, tiene ahora la enorme responsabilidad de hacer una actuación a consciencia y de liderar a los tomadores de decisiones en estas materias, en las discusiones para que Guatemala asuma las posturas que le resulten más provechosas con independencia.
El primer paso fundamental es repensar (o empezar a pensar) una política exterior que pueda marcar la pauta a Guatemala en su actuación en los organismos multilaterales y que sea verdaderamente como la describe la Misión guatemalteca ante la ONU: “pro-activa, plural y que busque profundizar la cooperación y el entendimiento con todos los países amantes de la paz, y realzando su apoyo al multilateralismo”.

*Es importante recalcar que el voto de Guatemala en el CSONU no es determinante si no existe una postura homogénea de los miembros permanentes quienes unilateralmente tienen el poder de veto.

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