Juan José Narciso Chúa
¿Cómo encontrar la luz?, se pregunta el Presidente; ¿cómo salir de este callejón sin salida?, se interroga el propio mandatario; ¿cómo fue que me metí en este enredo?, se increpa con dureza él mismo. La respuesta a todas las preguntas seguramente hubiera sido resuelta más lógicamente, con mayor juego político y con menos presión, por personas que se encuentran fuera de su círculo cercano y que hoy le han causado un daño enorme.
Lo malo de estas reflexiones es que el propio presidente Morales tampoco tuvo ideas para intentar sortear esta escabrosa coyuntura, pues, a pesar de los tropezones o trompicones, continuó en la senda de ahondar la crisis y no hubo forma de salir de ella. Peor aún buscó aliados en otras personas que son caracterizadas por la opacidad como los alcaldes; siguió buscando y apareció con los ganaderos, vaya grupos de soporte aquellos.
Hoy lo de la luz al final del túnel le va a resultar como el chiste gringo: que dice así: “si ves la luz al final del túnel corre hacia ella, pero si escuchas un pitido regresa rápido de vuelta porque es un tren…” así de difícil la tiene el Presidente, no hay luces, ni tampoco salidas, ni facilidad para deshacer entuertos, todo lo ha complicado y su situación es bastante difícil de sortear. Le queda, hasta hoy, el encierro en la Casa Presidencial; el respaldo de los peores asesores; la visión de sus más ingratos amigos que se convierten en terribles enemigos y el enorme costo para el país y nuestra sociedad que pagará caro una nueva oportunidad sin resultados, otros cuatro años, para el olvido.
La sensatez se convirtió en arrogancia; la humildad se trastocó en cólera; y la política se hizo un espacio para acercarse a sus peores aliados; no me ayudes compadre, cabría decir en este momento. Un golpe de timón sería bueno, pero ¿quién le va a creer?, una luz de entereza sería prudente, pero sin legitimidad, imposible; una reacción humilde para abrir lo que resta de su régimen para un gobierno plural, decente y capaz; tal vez, pero quién se atrevería.
Los mandatarios hacen poco eco de lo que el pueblo necesita, generalmente trabajan de espaldas a la ciudadanía; consideran que su régimen será suficiente para dar muestras de generar políticas públicas trascendentes, estratégicas y potentes; pero no, la oportunidad que la plaza le otorgó al presidente Morales, la desperdició, la desoyó y la “ninguneó”, literalmente. Lástima que no hubo un ministro o viceministro o secretario o asesor que le dijera qué significaba su elección, qué oportunidad era para la sociedad en materia política; qué momento implicaba arroparse de las demandas de la plaza y articular su gobierno en ese sentido.
No se sabe si alguien se lo dijo, pero igual hizo oídos sordos y al final la sociedad, la ciudadanía, el pueblo sufre la pérdida total de una oportunidad que como nunca, pintaba para transformaciones de mayor calado en la estructura política y con ello estos cuatro años hubieran sido de enormes resultados. Seguramente muchos que previeron esta oportunidad como un peligro, pues podría alterar el orden jurídico, político y económico imperante y con ello “empoderar” al pueblo y darle paso a “comunistas o socialistas”, hoy se dan cuenta que se equivocaron profundamente.
La alteración de las reglas del juego hubiera sido de importancia trascendental para todos. Los políticos hubieran terminado democratizando sus actuaciones, oxigenando sus organizaciones partidarias y, tal vez, hubieran tomado en serio su papel de representantes del soberano. Los empresarios se hubieran encontrado con un mejor ambiente para invertir, un mercado más abierto y franco de cara a la competencia y tal vez también, hubieran dejado que los políticos hicieran la política, así como hubieran abandonado su injerencia sobre el funcionamiento del Estado en su conjunto y la sociedad civil se hubiera encontrado con la puesta en escena de variadas formas de organización popular, social, campesina y empresarial, que hubiera nutrido de mayor fuerza organizativa a ese espacio tan disímil de representación.
Los nuevos regímenes de Gobierno hubieran enderezado su gestión hacia su fin primordial, el bien común; así como hubieran aplicado con fuerza y decisión la máxima aquella de hacer prevalecer el interés general sobre el particular y tal vez, sólo tal vez, hubieran abandonado sus prácticas “normales” de corrupción y también dejado de facilitar o propiciar o generar la impunidad.
Pero cuando desperté: “el dinosaurio todavía estaba ahí…”