José Manuel Monterroso
Académico

Como parte de Artes Landívar, el laboratorio de teatro surgido hace más de seis años como una apuesta de la Universidad Rafael Landívar por apoyar el arte escénico, da a luz una vez más una creación teatral surgida de un proceso de investigación realizado por los mismos actores, magistralmente dirigidos por Patricia Orantes.

En esta temporada, Artes Landívar presenta la obra de teatro titulada Hambre y tierra, la cual, desde sus orígenes, ha implicado un arduo trabajo en equipo de quienes forman parte de dicho laboratorio teatral, para investigar la realidad que luego es representada y en la cual se funden dos grupos paralelos que se caracterizan por ser los olvidados. Por azares del destino o por situaciones históricas que no viene al caso mencionar, estos dos grupos existen y cohabitan en las zonas 3 y 7 de la Nueva Guatemala de la Asunción.

Desde sus orígenes, la obra cobra características que la hacen única. La primera tiene que ver con el método que se utilizó para su creación: la coautoría. Desde el acercamiento a la realidad que da origen a la obra, pasando por la creación del guion hasta llegar a la re-presentación, tanto los autores como quien los acompaña desde la dirección co-participan en un proceso que con toda propiedad puede llamarse investigación-acción.

Hambre y tierra es una obra de teatro que presenta al público espectador dos realidades, una pasada pero actual y la otra presente y vigente en el tejido social de la ciudad de Guatemala. Con profunda habilidad presenta dos grupos de personajes sumidos en dos mundos que se entrecruzan en el tiempo y la historia real. Con toda razón se puede decir que los olvidados se resisten a ser vistos como tales y se encuentran y manifiestan entre sí como una forma de decir a la sociedad que les rodea “aquí estamos, aquí continuamos viviendo”.

Hambre y tierra es una obra teatral eminentemente dialógica ya que, haciendo uso de diversos recursos que se entretejen armoniosamente, hace elevar las voces de los olvidados, para luego dispersarlas por los cuatro vientos y revelar, así, la asfixiante tensión en que se encuentran los mundos y realidades yuxtapuestas que, gracias al arte, convergen en un solo e irrepetible momento: la escena teatral.

Jugueteando hábilmente con el tiempo y el espacio, Hambre y tierra presenta a dos grupos olvidados. Por un lado, los xx, los que son producto de la guerra fratricida que llenó de luto y dolor a Guatemala por más de 36 años y que permanecen en un cementerio que conecta con el espacio principal en el que se desarrolla la mayor parte de la obra, el relleno sanitario.

Por otro lado, el grupo de los que conviven entre el hambre y la tierra, inmersos dentro de un elemento que, de alguna forma, cobra vida: la basura. Gracias al arte y a la creatividad escénica, los personajes se mueven en un campo de batalla cubierto por el abandono social, por las condiciones infrahumanas y por las aves de rapiña que juntamente con ellos conviven y luchan por sobrevivir en un mundo cargado de hostilidades y rivalidades, aún entre ellos mismos (las rivalidades que más laceran y duelen) y con los de “arriba”, causantes en gran medida de tanta miseria y dolor.

A pesar de todo esto, la obra se convierte en una loa a la vida, esa vida que se desangra, que por momentos desaparece pero que luego emerge con nuevas esperanzas gracias a la lucha cotidiana de los protagonistas y a la literatura que una y otra vez hace recordar el misterio de la realidad humana, tal como sucede con los versos de Roberto Obregón, un mártir de la guerra que alza su voz aún después de muerto:

Catastrófico es el segundo
en que a la vida volvemos,
saber que hemos tenido en las manos
la palpitación del mundo
y, hallándonos otra vez entre los muertos,
no recordar en dónde
ni por cuanto tiempo.

Con todo, la obra se desarrolla en medio de una realidad que empieza y termina, inmovilizada por la indiferencia de muchos, en el mismo lugar en el que la basura se convierte en desprecio y desecho de grandes masas sociales, pero que luego es transformada en un hito que dirige la lucha por la vida de quienes son vistos como los despojos del mundo, pero que se atreven, sin miedo ni complejos, a transformar lo despreciable en un medio de precaria subsistencia.

La invitación queda abierta para presenciar, en la escena teatral, el trabajo de quienes han hecho posible esta creación que nos hace volver la vista y, sobre todo, tomar conciencia de una realidad social que grita a los cuatro vientos su inexorable existencia, tantas veces olvidada.

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