Eduardo Blandón
Hoy es un día memorable porque marca un hito en la lucha contra la impunidad. Y si bien quizá no están todos los que deberían estar en las calles, muchos ausentes acompañan las marchas con la esperanza del cambio. De modo que la cantidad de corazones unidos en la protesta contra la desfachatez y el cinismo se han agolpado en la plaza pública.
La protesta se hace con los recursos que la población tiene a la mano: con su voz, con tambores y trompetas para aplacar la insolencia de un Congreso corrupto. Para hacerse escuchar por un Presidente complaciente con las mafias. Con el fin de enviar un mensaje a la clase política y empresarial (las corporaciones en descomposición permanente) de que la población está harta de sus mañas.
Es un día particularmente fecundo porque se siembra la semilla de una Guatemala diversa. No inspirada en la ingenuidad como algunos creen. Los que afirman que las protestas son pérdida de tiempo y dinero (la economía es la gran perdedora, afirman los grupúsculos empresariales) porque el sistema no se cambia con bravuconadas. La unidad hace temblar la estructura y es germen de recomposición.
Salir a la calle y tomar la plaza es solo el inicio. Es la profecía que anuncia la posibilidad o la esperanza de un nuevo orden. Después vendrá la lucha política, la presión en los círculos de negociación y las conquistas con base a propuestas de beneficio para la población. Hay que recomponer el sistema viciado y poner contra las cuerdas a sus epígonos. No será fácil, pero ese es el desafío.
Lo que se viene es complicado. Los aparatos que sostienen el sistema se movilizarán furiosos. La prensa, la radio y la televisión se pondrán (ya lo están) a la orden de la clase corrupta. Insultarán, levantarán falsos y harán brillar disimuladas verdades. Martillarán a diario para que penetre en la mente de la población el desánimo, confundirán, se pondrán apocalípticos. Dirán que ellos son los buenos y que solo en ellos puede haber esperanza.
Tocará cerrar los oídos y aferrarse a los principios. Considerar la primacía de la justicia, el bien común y la verdad. Desconfiar de los discursos que intentarán la seducción, particularmente de aquellos cuya boca parece de oro: los pastores, los políticos con amagos de sensatez y esa prensa que parece honesta y sobria, digna de confianza. Sin ello, la división nos puede condenar al fracaso.
Hoy es un día para la historia y es buena cosa ser partícipe de ella. No se pierda, asuma su compromiso y manifieste su desacuerdo contra décadas de ignominia. Demuestre que Guatemala le interesa, exprese su desagrado contra los ladrones de cuello blanco. Dígale también a los banqueros, a los extractores de la riqueza del país (las corporaciones mineras) y al presidente que no tolerará más sus acciones nefastas. Hoy es el día de poner un alto a la clase gobernante que tiene al país en la postración.