María José Cabrera Cifuentes
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Como todos los años al terminarse mayo empieza la publicidad del Día del Padre. Surgen los descuentos en licores, vehículos, artículos de fútbol, entre otros. Los medios nos empiezan a bombardear con imágenes de súper héroes, al contrario que en el Día de la Madre cuando lo que se resalta es la dulzura y la candidez.
Sin embargo, la sociedad guatemalteca ha hecho de menos la figura paterna naturalmente. Por un lado, se ha discriminado en el sentido de hacerla ver como menos importante que la materna, y por el otro porque se ha naturalizado la visión de que la segunda es la que lleva todas las responsabilidades de la crianza y la educación mientras que se asume que el padre es únicamente el proveedor.
Esta visión seguramente coincidía con la forma de ser de las familias hasta mediados, si no es que antes, del siglo pasado, pero con la incorporación casi general de la mujer en el mercado laboral es algo que en la actualidad es casi imposible. El hombre deja de ser el encargado de llevar el pan a la mesa y de ejercer únicamente la disciplina y debe unirse a la mujer en la tarea de la educación de los hijos y en el cuidado del hogar. Esto último es una obligación y no una ayuda como nos lo han querido vender a través de los años.
El convertirse en padres, ya sea por elección o por accidente, conlleva una responsabilidad enorme que tiene la capacidad de impactar en el futuro no solo de los propios hijos sino de toda la sociedad. Procurar únicamente la cobertura de las necesidades materiales de los niños y jóvenes dista mucho de ser suficiente para ejercer esa noble labor.
A los hombres se les enseña desde pequeños a ser fuertes, toscos y varoniles, características que no siempre resultan útiles en su labor de padres. En una de mis redes sociales alguien afirmaba que el Día del Padre y el de la Madre deberían celebrarse el mismo día, pues es una labor que debe realizarse en conjunto y no podría estar más de acuerdo. La educación y la crianza es una tarea que debe hacerse hombro con hombro y sin diferencias.
En el Día del Padre también se exalta a las madres que han sacado solas la tarea de la crianza de los hijos y hasta se hacen bromas al respecto. Lo cierto es que, a pesar de que son admirables, el rol paterno es irremplazable y la tarea que le toca desempeñar no podría ser suplantada por nada del mundo. En este punto debo mencionar también a los padres que injustamente no pueden ver a sus hijos pues las leyes guatemaltecas están diseñadas para beneficiar a las mujeres sin saber cuánto daño causa esto no solo a los hombres, sino que priva a las nuevas generaciones de crecer en un ambiente emocionalmente más sano y por tanto con más oportunidades de éxito.
A mi padre le deseo un feliz Día del Padre (además de desearle felicidades por cumplir un año más de vida el día de hoy) y le agradezco por darme la oportunidad a mí y a mis hermanas de conocer una paternidad diferente a la tradicional en Guatemala. Por educarnos con amor y dulzura, con cantos, cuentos, risas y caricias, y por enseñarnos a ser críticas y respetar nuestras ideas no importando cuánto difirieran de las suyas.
A todos los padres guatemaltecos hago extensiva mi felicitación y les recuerdo que está en ustedes volver realidad esa imagen heroica con que los pintan. Depende de su trabajo como padres (en conjunto con las madres) convertirse en los súper héroes del mañana, transformadores con su ejemplo de la sociedad y educadores de nuevas generaciones con más oportunidades, con valores, y a su vez constructoras de un mejor futuro.







