Alfonso Mata

Titulares de prensa: automovilistas y motoristas lanzan su vehículo contra la gente. Un retén policial coloca a los pasajeros de un bus contra un costado del mismo de manera vergonzosa. Aparecimiento de tres bebés abandonados en la calle. Resumen del día: intolerancia en lo biológico, como lo es el cuidado de la madre al hijo; intolerancia de origen social: imposición de técnicas sociales adquiridas, por medio de enseñanzas. Y todo ello, desfilando desde siempre: conquista, colonización, independencia y vida contemporánea ¿quién se ocupa de la intolerancia? nuestra vida familiar social y política, constantemente se destruye a puñetazos, producto de una intolerancia indistinta y sectaria.

Por lo regular, somos poco dados a calificar los episodios de tolerancia e intolerancia de nuestra conducta. Nacidos estos de impulsos agresivos, su reconocimiento está basado en nuestros sentimientos, que en su mayoría son inconscientes, producto de que tanto va el cántaro al agua, que la meta final de una conducta “tolérate y tolerante” la perdemos desde pequeños. Esa meta nos exige el desarrollo de comportamientos no alineados para la coexistencia con igualdad y justicia. De tal manera que, poco a poco, nos vamos olvidando que tolerancia significa entendimiento de no solo soportar al otro, sino hacerlo con el fin de entenderlo mejor y considerar su manera de pensar, actuar y sentir.

La intolerancia política se ha apoderado desde siempre del Estado; en ella, el entendimiento no es lo común, es lo extraordinario y ante ello, hemos caído en que el uso de los medios, está justificado por el fin deseado y nos afanamos en anular al que se nos opone. De tal forma que el desarrollo actual de ver las cosas así, ha penetrado todos los ámbitos culturales, destrozando no solo relaciones biológicas sino sobre todo psíquicas, rompiendo con ello relaciones culturales más tolerantes y al final Estado y sociedad, van en busca de un sentido uniforme en que o estás conmigo o estás contra mí. Una lógica histórica, que ha anulado pluralidad de valores, fines de vida y esperanzas. Resultado: Somos un pueblo intolerante, ante unos poderes intolerantes. Vivimos la pérdida de un instrumento y conocimiento liberador, que nos impide la emisión de pensamiento y una libertad interna de decisión y ante ese estado de cosas, pensar en el fortalecimiento, el desarrollo y diferenciación, no relaja nuestras tendencias agresivas.

De tal manera que sin tolerancia de parte de los que detectan el poder, falta una contribución decisiva al comportamiento humano y se genera una mayoría, que ante el brutal abuso del poder, ante el egoísmo saturado de los poderosos (como si a ellos habría que tolerar por siempre) les provoca una manifestación de desinterés, que lleva a la confusión de que hay que imitarlos a toda costa y ante ello la tolerancia, el pensamiento de que ésta supone un interés vivo de la forma de vida del otro, es un rasgo que poco a poco vamos perdiendo.

Intolerancia, sinónimo de agresión, no es cierto del todo; pero debemos entender que la agresión tiene una raíz impulsiva e intensidad, que obra en nuestro comportamiento, de acuerdo a una asociación más o menos provocada por lo que vemos y percibimos, del mundo social en que vivimos. ¿Qué sucede entonces? la decisión por la tolerancia o por la intolerancia se escoge, de acuerdo a donde se vive y sus fuentes de motivación. La intolerancia siempre seduce más, prometiendo pronta satisfacción de los impulsos agresivos. Esto sucede porque la intolerancia posee y dispone de apoyos poderosos: deseo de poder, imitación hacia el falso éxito, seguridad dogmática, sistemas de poder asegurados en lo material y psicológico, sin importar los medios, que facilitan todas las tendencias al robo y al despojo. Solo alguien que se quiera hacer el papo, no puede entender que tal destrucción psíquica y social, es el pan diario de las noticias y aunque prefiramos no hacernos cargo de ello, la intolerancia hace presencia. Un sentimiento de solidaridad, solo lo formamos ante la impotencia de lo natural, no de lo social. Esa intolerancia no solo conjura la miseria y el pauperismo en lo material de nuestra nación, sino también en lo cultural y personal.

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