Isabel Pinillos
ipinillos71@gmail.com

“El populismo es la democracia de los ignorantes”
Fernando Savater

Al populismo reciente que vemos en América Latina y otros países tercermundistas, se le une el de la primera potencia mundial, ahora en manos de un hombre carente de inteligencia emocional, intolerante a lo ajeno y no dispuesto a vivir en una comunidad de naciones.

La era de Trump comenzó con un magnate estadounidense, quien forjó su fortuna a fuerza de negociaciones ventajistas, aprovechándose de cualquiera que se le pusiera enfrente, con poco o ningún resguardo ético de sus maneras. Pero como un niño goloso empalagado de sus propios excesos, sintióse vacío, y pensó que la adrenalina que le daba el dinero, sólo podría ser superada asumiendo el cargo más alto del país.

Así, contra todo pronóstico, decidió embarcarse en el mayor proyecto de su vida, vislumbrando que llegaría a la cima con sus mismos métodos oportunistas del pasado. Su propuesta respondió a un sector de la población harta del discursito políticamente correcto y con una posible “ignorancia sincera”, la cual, según Martin Luther King, es igualmente peligrosa que la “estupidez concienzuda”. Armado con un equipo de trabajo ad hoc, conservador y nacionalista, y el impetuoso uso de Twitter, logró llevar su campaña electoral hasta alcanzar la Casa Blanca.

Todo esto sucede en pleno siglo XXI, ante la estupefacción de la mayoría del mundo. La era de Trump ofrece a los suyos “hacer grande a América otra vez”. La nostalgia hacia esa “Gran América” alude a la de los años cincuenta de la postguerra, en donde la clase media blanca trabajadora alcanza su mayor apogeo social y económico. Claro que dentro de este ideal trumpiano, anterior a las luchas civiles de ese país, se excluyen a todos los demás grupos étnicos y a aquellos que no promulgan los valores judeo-cristianos. A sólo tres meses de gobierno, Trump introduce enormes retrocesos para la humanidad con órdenes ejecutivas con consecuencias nefastas para otros países, en donde busca ordenar el mundo de acuerdo con esta nueva visión nacionalista.

Sus órdenes más polémicas han sido: restringir el ingreso de personas provenientes de ciertos países musulmanes; restructurar toda la política de seguridad interna con una visión que criminaliza la migración; reducir fondos federales a la cultura, y derechos de género; revertir las restricciones que protegen la energía limpia, libre de emisiones de carbono. Ha acusado a la prensa y medios de presentar “noticias falsas”, y de ser “el enemigo del pueblo”, pues si por él fuera, ya hubiera restringido la libertad de expresión mediante otra orden ejecutiva. Sus relaciones diplomáticas desastrosas lo tienen sin cuidado, porque en su concepción ensimismada, lo primero, lo segundo y lo tercero, es EE. UU.

Curiosamente, existen similitudes sorprendentes entre nuestro Presidente y su homólogo en el norte dentro de la corriente populista. Ya quisiera él poder sacar de la manga órdenes ejecutivas para despedir al Comisionado de la CICIG amparado en su voluntad personal, a pesar de que es la ONU quien realiza estos nombramientos. Él también desearía callar a la prensa cuando lo critica, o decretar que todas sus funcionarias sean “bonitas y calladitas”. Al igual que Trump, dice cosas sin pensar, y también se refiere a sí mismo en tercera persona. ¿Es acaso una señal de narcisismo, o es un desliz momentáneo para salir de su propio pellejo?

Cuidado, porque el populismo es contagioso y se propaga rápidamente. Éste encuentra su semillero en la ignorancia disfrazada de verdades a medias. No somos ajenos a esta tendencia, y hoy más que nunca debemos ser vigilantes.

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