Fernando Mollinedo C.
NO. No escribo hoy en relación a los procedimientos usuales utilizados en tiempos de la guerra interna o como algunos lo llaman “conflicto armado” para matar a los miles de pobladores supuestamente colaboradores del bando insurgente y viceversa. No es a eso a lo que me refiero.
En las relaciones cotidianas, la experiencia más dolorosa es perder un ser querido; se lamenta el fallecimiento de quien por una u otra razón estuvo cerca o fue parte de nuestras actividades familiares, comerciales, religiosas o de alguna otra índole; la muerte no respeta edad, estratos económicos y/o sociales, sabiduría o ignorancia, honradez o criminalidad.
Los términos sociales que hemos heredado de la cultura occidental impuesta desde hace más de 500 años, nos indica que los amigos y familiares acompañan a los deudos antes del entierro y para tal ocasión hay normas de comportamiento que debemos observar, pues resulta de mal gusto escuchar los comentarios que hacen y dicen los presentes. Para ello, sin herir susceptibilidades presento de alguna manera una orientación para evitar situaciones desagradables.
Algún pariente cercano del fallecido comunicará a sus más allegados la muerte del familiar en caso los familiares directos están muy consternados y/o afectados y no tengan fuerza para hacerlo. La familia debe estar muy cerca en ese momento y colaborar pasando con exactitud la información del funeral; la fuente informativa debe ser de primera mano, en caso no se tenga certeza del fallecimiento, nombre de la funeraria, sala, horario, misa e inhumación (entierro pues) es mejor no opinar hasta que se confirme el evento.
La vestimenta es importante, ir no muy arreglados como si se tratara de una fiesta ni demasiado sport; la familia más cercana vestirá de luto (color oscuro) aunque en los tiempos modernos no es indispensable; se puede utilizar alguna combinación de colores blanco, negro o gris; no deben vestirse los colores fuertes con estampados, la discreción es muy importante. Nada de llamadas telefónicas a la hora del funeral, hay que mantener una actitud de seriedad y respeto.
No se puede saludar efusivamente a los conocidos y estar riéndose mientras la familia del fallecido está a dos metros; si se acompaña a la familia es hasta el final. El pésame debe ser sencillo, corto y digno; nada de frases como: “ayer se le veía tan sano”, “la gente buena es la que se va”; es completamente fuera de lugar empezar a contar anécdotas vividas con el difunto. En las misas de cuerpo presente, a la hora de La Paz hay personas que se atraviesan en las bancas para dar el pésame a los dolientes quienes por lo regular permanecen sentados en las primeras bancas.
Al existir mucha amistad y cariño, no es admisible dejar de asistir al funeral, pues no se le disculpará socialmente su ausencia, además, eso de aprovechar los funerales para arreglar asuntos académicos, sociales, laborales o políticos es sumamente desagradable. Alguien dijo: “no hay que perder el estilo en un funeral”, pero no es cuestión de estilo, es cuestión de usos sociales (algunos lo llaman: educación). La verdad duele una vez; la mentira, cada vez que nos acordamos.