Por Pablo Rangel

Desde hace varios años me he dedicado a fotografiar hechos de violencia, accidentes y cuestiones que se salen de lo normal, mi objetivo ha sido vender estas imágenes a distintos medios de comunicación. Desgraciadamente el negocio ha estado mal y últimamente apenas he logrado vender las fotos, pero no precisamente a personas que están vinculadas con los medios sino a particulares que tienen el morbo de ver lo desconocido, lo impactante, la primicia de la nota roja.

Tengo un par de amigos policías que me avisan cuando a ellos los llaman para atender una tragedia, así me acerco a los lugares para fotografiar antes que los demás. Sin embargo, ya no he querido ir porque en dos ocasiones he sido llamado a testificar por tener pruebas de las escenas más violentas y eso solo me ha traído problemas.

Pero no todo es violencia, el otro día fui llamado a un pueblo en el occidente del país donde estaba pasando algo muy extraño. Resulta que encontraron una fosa en la que había decenas de osamentas de personas que fueron asesinadas durante la guerra. Después de estos hechos se había desatado una ola de suicidios y de fenómenos paranormales en el lugar. Los jóvenes sin más ni más se habían dado a la tarea de acabar con sus vidas. Otros tenían reacciones violentas y estaban cometiendo las peores atrocidades jamás imaginadas incluso contra sus propias familias.

El día que llegué, sentí el ambiente invadido por un aire pesado, como si algo estuviera llamando a morir, una sensación realmente extraña. La primera noche que estuve en el lugar fue muy mala -de hecho yo siempre duermo mal cuando no estoy en casa-, pero esa vez sentía que había una gran movilización de gente por todos lados, algo así como si se desplazaran en manada, cientos, miles de personas que caminaban por la calle. Salí a ver, no había nadie.

Cuando por fin logré conciliar el sueño, vi unas imágenes terribles: La gente caminaba con la cabeza destrozada, sin brazos, sangrando por la calle, bebés sin ojos, los cuerpos destruidos, era como ver cadáveres caminando, con los trajes tradicionales de la región, los veía, los sentía, despertaba y no había nada más en mi habitación que los sonidos de la noche.

A la mañana siguiente la pasé muy mal, mi salud se deterioraba rápidamente, empecé a toser, a ver borroso, no quería salir del lugar donde estaba, veía a cada persona en la calle como salida de mis pesadillas, pensé que quizá estaba volviéndome loco. Fui invitado a las exhumaciones que hacía un grupo de investigadores extranjeros, eran en realidad varios hoyos donde estaban encontrando las osamentas, con ropa todavía del día en que fueron enterradas, camisetas de colores completamente carcomidas por la tierra y la humedad, unos harapos que fueron pantalones, el calzado era en su mayoría botas de hule, el mismo que utilizaban los campesinos en los 80. Había trajes de mujer, güipiles carcomidos por la humedad, pero se veían todavía de fondo, suéteres de lana delgada. Toda la ropa estaba podrida y dejaba relucir los esqueletos.

Me acerqué a la fosa más grande y súbitamente apareció un insecto que no estoy acostumbrado a ver seguido, era una libélula. Para mi asombro, era un enjambre de libélulas el que se estaba liberando, había quizá unas 200 que volaban por el lugar en círculos, un fuerte zumbido se dejaba sentir.

Mi abuela decía que las libélulas eran mensajeras de los muertos, almas que volaban desde el más allá. Pero era la primera vez que veía tantas reunidas en un solo lugar, de pronto recordé que allí se estaba descubriendo la muerte de personas que se fueron sin decir adiós. Personas por las que las familias todavía lloraban, sufrían, gente a la que muchos extrañaban.

En estas cavilaciones estaba cuando de pronto una de las columnas de madera del improvisado techo que los investigadores habían fabricado sobre la fosa se zafó y me dio un golpe fuertísimo en la espalda que hasta me sacó el aire y me lanzó dos metros abajo para quedar al lado de unos esqueletos.

Intenté levantarme, pero un dolor agudo en el brazo derecho me detuvo, traté de moverme pero algo me impedía hacerlo. Un joven me gritó ¡No se mueva, un hueso se le metió entre el brazo y le está sangrando!, espere, vamos a bajar para ayudarlo. Después de unos minutos, bajó una estudiante universitaria que trabajaba en el lugar, vio que una de las falanges de la mano de una osamenta se había metido profundamente en mi brazo, del lado del tríceps. La estudiante insistió en que no me moviera, me hizo un torniquete en la parte alta del brazo, casi llegando al hombro. Cuando trató de sacar el hueso que se había incrustado, este se quebró y quedó un pedazo dentro, la herida sangraba abundante, pero la hemorragia se detuvo con el amarre que ella hizo. Inmediatamente llamaron una ambulancia. Me preguntaron si tenía seguro privado, les dije que no, pero que me llevaran al IGSS, ya que tengo derecho pues trabajo para un medio de comunicación.

La ambulancia tardó tres horas en llegar a la capital. Cuando llegué al hospital entré a la emergencia, el estudiante de medicina que me recibió leyó un papel que me habían metido en la bolsa de la camisa…

-A ver ¿qué dice aquí?, usted tiene una herida y dentro de ella quedó un pedazo de hueso que es parte de una exhumación. Ajá, Interesante, dice que este pedazo de hueso que vamos a extraerle pertenece a la osamenta No. 25, ah, muy bien. Bueno vamos a ponerle la antitetánica y otras vacunas para que no se ponga mal.

-Me duele mucho doctor…

-No se preocupe, ya se le va a ir quitando el dolor, usted tranquilito.

Me pusieron en una camilla con analgésicos y sueros hasta que llegó el médico a operarme alrededor de las nueve de la noche.

-¿Qué andaba haciendo mi estimado?

-Estaba en una exhumación, caí a una de las fosas y se me ensartó un pedazo de esqueleto.

-¡Dios Santo! Esto era lo que me faltaba ver, vamos a operarlo y a sacar lo que tenga ahí, usted calmado que va a ser una anestesia local, solo le vamos a dar algo para que duerma unas horas.

Cuando desperté eran las dos de la mañana y me dolía mucho el área, pero vi que estaba vendado. Traté de dormir a pesar del dolor, finalmente pude conciliar el sueño. Al siguiente día alrededor de las diez de la mañana, la enfermera llegó a decir que me iban a dar de alta al mediodía. Llegó el doctor, me pidió que lo acompañara a una pequeña oficina, me dio una receta con medicinas para comprar y de paso me dijo que ya se habían hecho cargo de la pieza que me habían retirado, que no me preocupara y que se iban a comunicar conmigo.

Del momento en que se me había metido el pedazo de hueso hasta mi salida del hospital ya habían pasado veinticuatro horas. Quedé consternado con todo lo que había pasado, juré nunca más volver a tomar fotografías a esos lugares y mucho menos a las exhumaciones, sin embargo, un mes después, recibí una llamada.

-¿Cómo le va? Mire lo estamos llamando de la Fundación de Antropología Forense. Hace un tiempo enviaron acá una muestra esquelética que venía, además, con algunos trazos de sangre.

-¿Ajá? ¿de qué me está hablando? ¿qué sucede?

-Bueno, sucede que acá le queremos entregar un documento con el análisis del ADN de ambas muestras, pero le puedo adelantar que hay 99% de similitud, es decir que sí es su familiar quien está inhumado en la excavación donde estuvo. Usted encaja con el perfil genético de él y de ella, pues era una pareja que estaba enterrada junta.

-No entiendo nada de lo que me está diciendo, ¿cómo está la cosa? ¿Está diciendo que esa gente es mi familia?

-Sí, son sus padres

-Pero, pero, ¡Mis papás están enterrados en el Cementerio General! ¿cómo puede ser?

-Por favor venga a una cita mañana a las tres de la tarde, le vamos a dar los resultados, seguramente hay una confusión.

-Si seguro que sí.

Esa noche mientras dormía las pesadillas de la gente caminando volvieron, pero ahora también se escuchaban explosiones, disparos, gritos, mucho terror. Yo iba en los brazos de una mujer sumamente asustada, junto a ella un hombre con sombrero, dos campesinos, de pronto me dejaban en un lugar en el que se sentía el olor a pasto, ahí quedé mientras se escuchaban gritos, helicópteros y finalmente, estaba en una cuna tomando leche tibia de una pacha.

Me levanté muy confundido y, además, sentía una tristeza profunda. Finalmente llegué a la reunión justo a las tres de la tarde. Me empezaron a explicar varias cosas…

-Como le dijeron ayer, su perfil encaja con el de la pareja encontrada en la fosa.

-Pero eso es imposible, mis padres están enterrados en el Cementerio General.

-¿Hace cuánto murieron?

-Bueno, mi papá murió cuando yo tenía 7 años y mi mamá murió cuando yo tenía 15, después viví con un hermano de mi papá.

-¿A qué se dedicaba su papá?

-Él era experto en equipo de comunicaciones, hasta viajó a Israel como especialista del Ejército.

-Bien, y ¿en dónde estuvo destacado él o qué hacía en el Ejército?

-Él era el que revisaba los radios de los camiones, de los helicópteros, de la tropa. Cuando yo nací, me contaba mi mamá, él estaba en la base militar de Chimaltenango.

-Muy bien, y ¿dónde está la fosa en la que tuvo su accidente hace poco?

-En Chimaltenango.

-Comprendo, le sugiero, si quiere continuar con este proceso pues es muy curioso que exista tanta coincidencia, que se acerque al lugar otra vez y conozca un poco más de lo que pasó por allá, hable con la gente, aquí está un listado de organizaciones y de gente a la que puede llamar.

No quise hablar con nadie, la verdad no me interesaba toda esa historia que me estaban diciendo. Traté de olvidar todo hasta que una mañana de domingo que iba manejando mi motocicleta, el motor se descompuso estando alrededor del parque Kaminal Juyú, en la zona 7. Tuve que parar cerca de la entrada, vi hacia adentro y pude percibir a un grupo de personas haciendo algo parecido a un ritual. El guardia de la entrada me dijo “pasé adelante, le va a servir”. Entré, caminé un poco y me paré alrededor del círculo que habían formado. De pronto una mujer me tomó de la mano y me dijo “bienvenido”, me llevó a la mitad del círculo, se acercó un anciano y me dijo “tus papás te mandaron a llamar”.

La gente caminaba con la cabeza destrozada, sin brazos, sangrando por la calle, bebés sin ojos, los cuerpos destruidos, era como ver cadáveres caminando…


Pablo Rangel (Ciudad de Guatemala, 1975). Su infancia y adolescencia fueron cercanas al gnosticismo, esoterismo y magia. Desde 1997 se formó en las Ciencias Sociales en la Usac, Noruega y FLACSO. Se dedica a la docencia y escribe desde análisis políticos hasta pequeñas historias de terror y medicina natural.

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