Raymond J. Wennier
“Working memory at age 5 is a greater predictor of academic success than IQ at age 10”.
T.P. y R. G. Alloway
La información que pasa por los filtros del cerebro, “reticular activating system” y la amígdala, es distribuida por el tálamo a las áreas correspondientes del cerebro para ser procesada. Nueva información que no hace una conexión de inmediato con otra, queda en la memoria de corto plazo por alrededor de veinte segundos para ser trabajada o luego es descartada. Los niños entre los 4 y los 6 años de edad pueden retener siete piezas de nueva información en un momento dado, por eso es importante que hagan conexiones con la mayoría de conocimientos previos posibles. Así, la nueva información pasa a formar parte de la memoria de largo plazo (Scneider & Chein, 2003).
Sin embargo, para llegar a eso, el niño tiene que practicar las acciones de experiencias ricas, múltiples veces y en múltiples formas y ambientes. Dentro de esa práctica se incluyen los estímulos y las respuestas verbales que producen un intercambio que transforma el contenido hablado en un aprendizaje, haciendo nuevas conexiones en el cerebro y por ende en la memoria.
Cuando hablo de la práctica siendo transformador en los niños, quiero decir que se puede observar que ellos pueden hacer más cosas por iniciativa propia, lo que a la vez produce crecimiento personal, autoestima, autoseguridad y valores, durante su desarrollo. Además, les forma una actitud de un “mindset” de yo puedo, que produce querer hacer más cosas, más complicadas, cada vez más. Cuando hay menos “yo puedo”, hay menos aprendizaje.
Por otro lado, el autor Eric Jensen anota: “Don’t teach it ‘till they get it right…Teach it until they can’t get it wrong”.
De nuevo estamos hablando de practicar algo, tantas veces, que la acción se vuelve automática como su respuesta. El proceso es que, con más veces que se practique algo en diferentes formas, habrá más conexiones neuronales y así se arraigan los nuevos conocimientos. Cuando hay más conexiones protegidas por mielina, es más fácil y más rápida la recuperación de la información para resolver problemas.
Para aprender hasta no poder equivocarse, hablo de una práctica profunda que incluye fijar metas de qué quiero o qué es lo que tengo que hacer. Involucra todos los sentidos y obviamente incluyen las emociones en todo lo que se haga. Igual a la práctica de ejercicios, se puede hacer “sets de tres” repeticiones, cada vez con mayor complejidad para ser aplicado a nuevas situaciones. Para evaluar lo actuado hay que formularse preguntas a sí mismo y hay que explicar el proceso tomado y así se puede escribir la explicación. Esa retroalimentación ayuda a saber dónde se necesita hacer modificaciones en sus respuestas y así mejorar lo que se hace. Eso produce un mejor entendimiento y un mayor aprendizaje a largo plazo.
Entonces, es esencial dejar a los niños practicar más profundamente para obtener respuestas más profundas y por lo tanto un aprendizaje más profundo también.