Luis Fernández Molina
La Iglesia Católica nos lo recuerda cada Miércoles de Ceniza por aquello de que nos acorralen las veleidades mundanas y nos obnubilen la visión de lo importante. Siguiendo la tradición antiquísima -que inicia desde las primeras comunidades cristianas, aquellas que sufrieron las duras persecuciones romanas-, se emprende el camino de la Pascua. La misma Pascua que venían celebrando quince siglos antes los judíos, cuando salieron de Egipto. Otras denominaciones cristianas conmemoran este día, entre ellos los anglicanos, luteranos, ortodoxos (aunque fecha corrida), con algunas particularidades.
Hasta hace poco, tiempo al imponernos la ceniza en la frente el celebrante nos recitaba: “Polvo eres y en polvo te has de convertir”. Hoy día se acostumbra más la fórmula “Conviértete y cree en el Evangelio”. Empero ese cambio no resta validez alguna a la antes referida expresión bíblica que fue pronunciada por el mismo Creador. En los primerísimos versículos del Génesis habla Dios, pero como monólogo. Fue hasta el momento posterior al que comieron la fruta prohibida que se entabla el primer diálogo. Dios, contrariado, expulsa a Adán y Eva del Edén. Los castiga por desobedientes: “Comerás el pan con el sudor de tu rostro hasta que vuelvas a la tierra” pero también los castiga por soberbios: “Porque de ella (la tierra) fuiste tomado” y luego la corrección: “porque recuerda que eres polvo y al polvo volverás” (Gn. 3,19). En medio del bienestar paradisíaco al parecer se ensalzaron y es aquí donde golpea el recordatorio de nuestra propia insignificancia. Fue pues una forma de decirnos que realmente no somos nada. Mero barro insuflado con vida por el soplo de Dios. ¿Qué se creyeron? ¿De dónde tanto orgullo?
“Dust to dust, ashes to ashes” es una fórmula de la Iglesia Anglicana y otras, que recita el oficiante en los entierros, que viene a ser una adaptación del texto bíblico que se incluyó en el Libro de Oración Común. “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” es una de las frases más celebradas y sabias del rey Salomón (Ec. 1,2). En el imaginario corriente se entiende por vanidoso a alguien presumido, engreído, petulante; sin embargo, la verdadera etimología de la palabra “vanidad” que proviene del latín “vanitas” no se refiere al “orgullo o soberbia sino en el sentido de vacuidad, insignificancia, como la expresión “en vano”, (Wikipedia). Todo es vanidad, como las flores del campo que hoy lucen en la pradera y en dos días son rastrojo.
“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Como todas, es una expresión cuya interpretación varía según la inspiración o doctrina. Puede ser perder la salvación, pero sin ir a tanta trascendencia y quedándonos en este mundo, quienes viven apegados a las riquezas, al poder, a los placeres realmente están esclavizados, perdiendo su actual existencia.
Mas estas reflexiones no nos debe conducir a una visión fatalista, negativa de la vida. ¡Todo lo contrario! Nos debe mover a apreciar el valor de la misma. Es un don extraordinario del Creador. Alguien dijo que si bien somos polvo y al polvo hemos de volver, pero al menos tenemos un tiempo para recibir la tibieza de los rayos de sol, la pureza de la lluvia, la caricia de los nietos; un tiempo para amar a los seres queridos y compartir con los amigos y ayudar a los necesitados, en fin un tiempo para degustar de una copa de vino. Un tiempo para contactar al Ser superior y vivir en armonía con Él.