Por Brenda Monzón
Cuando mi papá regresaba de la capital, nuestra casa en Huehuetenango se llenaba de alegría. Recuerdo que mis hermanos y yo nos turnábamos en la terraza para hacerla de «vigía». A lo lejos podíamos ver su motocicleta o bien el taxi en el que llegaba…
¡Ya viene mi papaaaaaá! gritaba la voz de alarma. Cada uno de nosotros había reservado un lugar privilegiado en la mesa junto a él, era una competencia intensa y había que estar pilas para que otro hermano no te quitara la silla con la mejor ubicación.
Mi papá nunca volvía con las manos vacías. Bajaba de su moto con costales de manzanas, naranjas y pan. Recuerdo la vez cuando trajo varios cuadros de fotografías, algunos ya mohosos, otros rotos, pero con fotos que podían rescatarse y que a la vuelta de los años se convertirían en verdaderos tesoros familiares.
A José Ernesto Monzón no le gustaba beber licor, sin embargo siempre estaba rodeado de amigos que sí le entraban con fe. Acostumbraba a contarnos la única vez en que bebió: Tendría unos 32 años y trabajaba como conductor de camión en la Dirección General de Caminos; por alguna extraña coincidencia se encontraba cerca del puente La Gloria (Amatitlán) el 19 de julio de 1949, día en el que asesinaron al mayor Francisco Javier Arana. Al enterarse se tomó un octavo de un solo rempujón. Eran días difíciles, la permanencia de Juan José Arévalo en la presidencia se vio en juego y su gobierno vivió una profunda crisis, mi papá que era fiel al doctor Arévalo Bermejo pasó por momentos muy tensos.
José Ernesto Monzón disfrutaba contar cada una de sus historias, relataba con vigor sus andanzas revolucionarias, yo me sumergía en otro mundo, escucharlo era un deleite y me marcó significativamente con toda esa energía. Nunca ocultaba sus ideales frente a nadie, contaba sus anécdotas con gallardía y orgullo. Lo único que lo hacía vacilar era la falta de dinero, creo que le daba miedo no poder darnos de comer y pensar que alguien nos hiciera daño.
Durante las tertulias con sus amigos (que generalmente iniciaban a eso de las tres de la tarde y finalizaban al día siguiente) mi papá hablaba a viva voz de la rebeldía que siempre manifestaba contra los desmanes del gobierno, como cuando en 1934 mientras cursaba una beca en la Escuela Nacional Central de Agricultura (ENCA) y encabezó la primera huelga estudiantil en tiempos del presidente Jorge Ubico, las autoridades inmediatamente lo expulsaron y le cancelaron la matrícula estudiantil en todos los centros educativos del país.
Como no pudo seguir estudiando, un primo lo introdujo en la Dirección General de Caminos y allí empezó a trabajar como peón, contaba que en los ratos libres, mientras sus compañeros se divertían, jugaban naipes o dados, él leía todo lo que caía en sus manos. Desde muy joven se interesó por los escritores guatemaltecos, con ellos imaginaba otros lugares de Guatemala que aún no conocía. Luego de un tiempo lo ascendieron a chofer de camiones y en esos años compuso su primera canción. Vivía en la 5 calle oriente entre 11 y 12 avenida zona 1 de ciudad de Guatemala y una tarde que llovía a cántaros, su primo Gustavo Tello lo animó a escribir una canción mientras lo acompañaba con la guitarra. Ese día mi papá escribió «Río Limón o El Todosantero» en honor al lugar donde nació.
Varias veces lo escuché contar su historia del 20 de octubre de 1944. Él se encontraba en San José Acatempa, Jutiapa y junto a unos amigos (Manolo Pineda Sosa y Carlos H. Ramírez) tomaron el cuartel militar y constituyeron el primer bloque revolucionario de la región desconociendo a las autoridades del Ejército. Lo que posteriormente los condujo a organizar el primer grupo sindicalista en la Dirección General de Caminos.
Mi papá militó en el PR (Partido Revolucionario) pero se salió porque, según sus palabras, los dirigentes defraudaron a las bases, decía con voz firme «yo no me vendo, no vendo mis ideales».
Su energía y sus ideas no pasaron desapercibidas para el Gobierno. Estuvo preso varias veces e intentaron matarlo más de una vez. Antes de la Huelga de Dolores de 1968, lo llevaron consignado desde la Corte Suprema de Justicia al Palacio Nacional, engrilletado junto con Meme Cordero Quezada. También fue encarcelado y torturado en el edificio de la Policía Nacional de Chimaltenango, pero nunca pudieron matarlo. Recuerdo verlo allá por 1981 y 82, con megáfono en mano, recitar décimas huelgueras frente al Palacio Nacional, en la Plaza Central.
En 1985, mientras cruzaba la esquina de la 9ª. avenida y 18 calle de la zona 1, un señor que se hacía acompañar de alguien más al otro lado de la acera grita señalando a mi papá: mirá vos, ese que va ahí es el tipo más imbécil e idiota que conozco. Mi papá lo reconoció, había trabajado con él en la Dirección General de Caminos, se acerca y le dice: doctor Blanco, qué gusto, pero dígame ¿por qué soy tan idiota…?, a lo que este contesto: este tipo es un imbécil, pero el más honrado y honesto que conozco, porque en 1954 cuando derrocaron al presidente Arbenz, Neto Monzón era el contador-cajero de la Ruta al Atlántico, y pudo haberse ido con los bolsillos llenos de dinero (millones en efectivo) pero se fue así como anda, sin un centavo, mi papá respondió, doctor Blanco, si por honrado me dice idiota, puede decirme hijo de la gran puta, que no me ofendo.
A mí me crió ese hombre, un personaje sencillo, humilde, con valores sólidos, con amor por Guatemala, sus palabras siempre fueron: mire hija, uno vino a este mundo a servir y no a ser servido.
Brenda Zacnicté Monzón (ciudad de Guatemala, 1976). Es escritora, promotora y periodista cultural.