Por Andrea Morales

¿Quién gana la guerra cuando se firman acuerdos que no señalan victorias? En estas latitudes siempre hay alguien que va ganando. Siempre.

_BAl preguntar que imágenes son las primeras que vienen a la mente cuando se habla de los peores años de la represión en nuestro país, mucha gente nombra (porque en realidad esas son las que aparecen) un conjunto de referencias y estereotipos que corresponden poco a la historia vivida en este territorio y más a la narrativa del poder. A las películas que celebran el sueño americano, las victorias, la felicidad por sobre lo sombrío de las disputas, a las celebridades blancas que no saben señalarnos en un mapa. Todas imágenes de quienes quisiéramos haber sido.

A fin de cuentas, y sin pararnos a pensarlo, cuando nos señalan una fecha contestamos rápido sobre la historia “del mundo”, que más que una sumatoria de los relatos, es el resultado de restar miles de historias de lucha de las páginas de la oficialidad. Nosotros más que la suma, somos uno de esos eslabones perdidos.

Es obvio que hubo alguien que ganó la guerra. Y cabe pensar la posibilidad que se puede medir o rastrear a ese alguien, no solo en los títulos de las tierras, las empresas, los puestos de gobierno o los apellidos, sino que podemos encontrarlo si pensamos en ausencias. La gente que nos falta, claro, pero también todo el conocimiento, el tejido entre nosotros que perdimos.

Pensar en la San Carlos, creo, es como si se pudiera ver desde lo alto una tormenta en el mar. Furia en donde las olas vienen de distintas direcciones y es casi imposible decir en donde comenzó el remolino. A veces pensarla también es como si te tiraran en medio de esas olas. Sus bestias: serpientes marinas que van desde la burocracia, la impenetrabilidad del Estado, cardúmenes de mafias y barquitos que se mojan deshaciéndose.

Siempre van a decirte que no tiene remedio. Y no es por adscribirme a un buen ánimo positivo que nunca he logrado tener, pero ¿a quién exactamente le sirve que pensemos que en aquellos lugares que alguna vez fueron nuestros, no hay nada que recuperar?

Hace unas cuantas semanas se hizo público un proyecto que llevaba ya un tiempo cocinándose y años de salir invariablemente en cualquier conversación de madrugada sobre la universidad: es que hay que limpiar la casa. La AEU. Cómo se limpiaba exactamente no sabíamos y aparte había un obstáculo mayor. Parece ser que arrasaron hace tiempo con nuestra capacidad, las ganas, el compromiso de organizarse. Nadie nos lo prohíbe explícitamente pero es como si hubiera una vibra rara en todo eso. La vibra oscura de los ejércitos vestidos de civil que contribuyeron a engrosar el recuento de lo que nos faltan.

Hace unos días estaba sentada en un auditórium de la Universidad. Al frente estaban los compas de las asociaciones que están llevando el proceso para sacar de una vez por todas a la comisión transitoria que lleva años atrincherada por un caminillo cercano a la Facultad de Farmacia. Me hizo gracia verlos sentados en una mesa larga, de las que usan para las graduaciones, como tomando el lugar y el protocolo de las vacas sagradas antes de tiempo. Creo que ninguno de ellos había nacido todavía en los 80.

La extrañeza es tremendo indicador. Porque a mí se me hacía raro ver gente de unidades académicas distintas compartiendo un mismo lugar, discutiendo sobre el estado de la Universidad. Me recordó a una foto en blanco y negro del tiempo de Oliverio, donde están también reunidos para discutir algo que seguramente ya nadie sabe que era. Alguien gritó una de esas consignas un poco sensibleras pero siempre útiles. ¿Qué cambió para que un grupo de gente respondiera a una consigna ahora, que hubieran ignorado hasta hace unos meses? Porque todos respondimos que sí, que viva la Asociación de Estudiantes Universitarios. Y todos sentíamos algo raro en el cuerpo, todos entendíamos porque se decía que estábamos en medio de una reunión histórica.

No quisiera apelar a un nostalgia que no ve fallas, un mirar para atrás hacia una época que muchos no vivimos e idealizar las circunstancias que están ocasionando que de nuevo haya diálogo en el campus. No es perfecto, no estamos aún donde quisiéramos, están todavía muchos de los vacíos que hacen que se camine lento como tanteando porque no todos sabemos cómo deben hacerse las cosas e intuimos nada más, el peligro que puede resultar de querer recuperar los espacios.

El toque de queda lo pone ahora la inseguridad del país, las reuniones las impide el ritmo de la producción, el que hemos hecho nuestro, pensándolo casi como algo biológico. Hay que entrar a la U, hay que pasar las clases, hay que graduarse, hay que irse. Ya de lejos pensar la U, el país, las clases, sentir nostalgia y querer hacer algo. ¿O se podrá hacer todo, quererlo todo al mismo tiempo?


Andrea Morales. Nacida en México en 1993 y creada en Guatemala en medio del exilio de los que regresan. Guionista, poeta y estudiante de Antropología.

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