Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@gmail.com

Emmanuel es un niño guatemalteco. Un niño como muchos en Guatemala usa el transporte público para movilizarse y desde hace un tiempo lo hace solo. Hace apenas unos días, cuando volvía de la escuela en la que estudia cayó del bus urbano en movimiento lastimándose severamente.

No sé si llegó a perder el conocimiento por unos segundos, él no lo tiene claro. Lo que sí recuerda con claridad es que el piloto del bus se detuvo para saber si estaba bien –cosa extraña, extrañísima en este país–, y que intentó ayudarlo. Emmanuel, adolorido y raspado le pidió tranquilizarse. “Fue mi culpa”, exclamó, se dio la vuelta y se dirigió a su casa.

Cuando su mamá lo vio en esas condiciones luego de llevarlo a revisar con un médico, emprendió camino en busca del responsable de lo ocurrido. Al reclamarle al piloto del bus, este respondió, «no es mi culpa, el niño lo dijo». La madre miró a Emmanuel quien reafirmó lo que el conductor decía y trató de tranquilizar a su mamá haciéndose responsable, tan joven como es, por lo ocurrido.

La madre estaba desconcertada. El piloto del bus, viendo ya al niño con cuello ortopédico, el brazo enyesado y severos golpes en el rostro se conmovió ante ese acto de honestidad y valentía y le dijo: “gracias, cualquier otra persona hubiera dicho otra cosa para sacar los gastos médicos, eres un hombre de verdad. No tengo dinero para apoyarte, pero quiero darte este teléfono –un Smartphone–, en agradecimiento por tu honradez”.

Parecía que esta historia en la que los calmantes no hacían aún efecto en Emmanuel había terminado. Decidieron volver a casa. Mientras caminaban, Emmanuel se detuvo y le dijo a su mamá “voy a devolverle el teléfono al señor, él no tuvo la culpa”. Regresó y lo hizo.

Pocas veces se escuchan historias como estas, pocas veces quien comete una negligencia acepta su error, y muchas veces la situación se aprovecha para ganar un poco más, coaccionar y obtener más, las mentiras crecen.

Emmanuel no es un adulto, quizá ahí radique su integridad. Obviamente los valores que su madre le ha enseñado brotaron con esta experiencia, que lo tiene momentáneamente sin anteojos, lleno de moretes y con dolor de cuerpo.

Emmanuel me hizo creer, me recordó por qué trabajo y abofeteo esa actitud tan pesimista que me aplasta. Me dio una lección maravillosa. Ya lo he dicho antes, son los niños quienes más me enseñan. Si la clonación de sentimientos, de actitudes, de valores –aún y cuando esta palabra no me gusta–, fuera posible, propondría a Emmanuel como modelo. Gracias por esta lección gran niño guatemalteco y gracias a su madre, por darle al país un ciudadano íntegro y honesto.

Artículo anteriorSociedad civil: Elección de magistrados es ilegal
Artículo siguienteVoluntarios dan tiempo y cariño a los animales