Luis Fernández Molina

Cuando repasamos las hojas amarillentas de nuestros libros de Historia (aunque sea digitalmente) destacan las crónicas de los héroes legendarios y de los extendidos imperios. Esta forma de gobierno -el imperio- era prácticamente la constante en la antigüedad cuando la fuerza militar prevalecía sobre cualquier noción civilizada de derecho. Hubo imperios Babilónico, Persa, Hitita; Egipto, era un imperio, pero por su tradición teocrática se le conoce como el Reino Egipcio. Hasta hubo un Imperio Israelita en tiempos del Rey David. Luego surgió el imperio romano y en siglos posteriores emergieron el imperio mongol, el imperio otomano, el imperio español, el imperio británico.

Diferentes porciones del planeta se identifican por algún nombre “propio” con la adición de su marca distintiva. Esa nomenclatura que deriva de nuestra aproximación a las culturas de la antigüedad reapareció en los prolegómenos de la Edad Media cuando aparecieron las semillas de los futuros estados. El mejor ejemplo es el “Sacro Imperio Romano Germánico”. Posteriormente los estados se identificaban conforme su sistema constitucional: Reino de España, Reino de Portugal, Califato de Córdoba, Principado de Baviera, Confederación Helvética, Sultanato Otomano, Reino Saudí, etc.

En el siglo pasado la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas encubrió el término de Imperio -que realmente lo era- y resaltó el socialismo y lo “soviético” en alusión a las células o asambleas de obreros y campesinos y soldados. Muchos de sus satélites adoptaron el término de “socialista” hasta el derrumbe soviético. Hubo también República Socialista de Chile en 1932 y en esos años España tuvo su versión de socialismo, pero con el nombre de Segunda República Española detonante de muy graves consecuencias. China oficializó la República Popular de China. Existe una República Oriental del Uruguay y otra la República Árabe de Egipto.

A finales del siglo pasado se dio la tendencia de calificar los estados con otro tipo de características políticas. Así la República Democrática de Alemania, ya extinta, que se oponía a la República Federal de Alemania; la República Democrática del Congo, de Vietnam. Después del derrocamiento del Sha surgió la República Islámica de Irán, y con el gobierno de Chávez, la República Bolivariana de Venezuela.

Vienen a cuento los comentarios anteriores en relación a documentación oficial de la hermana Nicaragua en que me llamó la atención de la nota “CRISTIANA SOCIALISTA SOLIDARIA”. No es identificación oficial, pero sí se incluye en papelería oficial. La tradición democrática decimonónica nos impone la laicidad de los estados, especialmente en América Latina. Sin embargo, muchas actuaciones van en dirección contraria. Para empezar en nuestra Constitución Política se invoca, de entrada, “el nombre de Dios”. En varias denominaciones de las monedas de Estados Unidos aparece la mención de “en Dios confiamos”. Curiosamente esa misma cita aparecía en las monedas de Nicaragua, esta misma cita apareció en sus monedas hasta 1980.

Desconozco las motivaciones del gobierno sandinista para publicitar los calificativos indicados. Las citas de Socialista y Solidaria se explican por sí mismas, y en cierta forma son repetitivas. Ahora bien ¿por qué la mención de república “cristiana”? Es claro que la población es cristiana, católica -la mayoría- o de diferentes denominaciones evangélicas. Pero ¿es procedente resaltarlo? Sin embargo, los países musulmanes han agregado sus características religiosas. Parece una nueva tendencia que habrán iniciado los ayatolas al bautizar al antiguo reino persa como República Islámica como también están la República Islámica de Pakistán y República Islámica de Afganistán. Al parecer se están formando y definiendo los bloques que anticipó Samuel Huntington, y es hora de ir definiendo y tal vez identificar a nuestro país, como los nicas, como “República Cristiana de Guatemala”.

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