Claudia Escobar. PhD.
claudiaescobarm@alumni.harvard.edu

El pueblo colombiano, como muchos otros de Latinoamérica se ha visto golpeado por una guerra entre hermanos. Las guerrillas, que nacieron con la guerra fría, tuvieron un campo fértil en nuestro territorio y han provocado divisiones y resentimientos que son difíciles de borrar con la firma de acuerdos. Sin embargo, en este caso como en muchos otros, las partes reconocen que continuar con el conflicto no lleva a ningún lado, solamente provoca más dolor para una población que ha sido golpeada por la violencia durante más de 50 años.

En los conflictos armados internos no hay vencedores o ganadores, sino por el contrario, todos pierden y en el proceso destruyen todo lo que hay alrededor y lastiman muchas veces a quienes más aman. El enfrentamiento entre las FARC y el gobierno colombiano contabiliza a la fecha 220 mil muertos, 5 millones de desplazados y 25 mil desaparecidos. Incontables son los niños y jóvenes que han quedado huérfanos y las familias que han llorado a sus muertos. Los colombianos aprendieron a vivir en medio de la zozobra que provoca la amenaza de un secuestro, los atentados terroristas, las masacres y las distintas violaciones a los derechos humanos, entre ellas el reclutamiento ilícito.

Después de cuatro años de negociación, finalmente las partes han logrado ponerse de acuerdo y el día lunes 29 de agosto dispusieron bajar las armas para iniciar un camino hacia la paz. Luego vendrá la verificación del cese al fuego, la suscripción oficial del acuerdo y posteriormente la ratificación del mismo, a través de un plebiscito por los ciudadanos colombianos.

El hecho que las partes hayan logrado un acuerdo, demuestra que existen en Colombia verdaderos líderes, personas que son capaces de poner a un lado sus intereses personales y buscar puntos de encuentro con sus enemigos. Será a ellos a quienes corresponde motivar a los ciudadanos para que apoyen los acuerdos alcanzados y quienes deberán guiar la construcción de una paz auténtica.

Los guatemaltecos que nacimos y vivimos en medio de un conflicto armado interno sabemos bien que la firma de un pacto de paz no es garantía de una sociedad sin violencia. Para lograr vivir en armonía hace falta mucho más que una declaración de buena voluntad. Debe existir un compromiso serio de parte del gobierno, así como de los integrantes del Ejército y la guerrilla. Tienen, todos, la responsabilidad de construir sobre las bases que se establecieron en el acuerdo.

Para empezar se debe promover que los miles de jóvenes que integran las guerrillas logren insertarse efectivamente en la sociedad y que sean capaces de aprender a convivir sin violencia. Los programas de reinserción deben ser efectivos, de lo contrario esos jóvenes serán luego los líderes de las pandillas y las mafias que aterrorizan a la población.

Además, deben existir políticas de desarrollo para todas las comunidades que fueron golpeadas por el conflicto. Pero lo más importante es lograr que la población confíe en sus instituciones de justicia, que sea por ese camino que se logren resolver los conflictos y sanar las heridas.

Ha pesar de la guerra y la violencia que tanto dolor ha ocasionado al pueblo colombiano, ellos cuentan con instituciones democráticas más sólidas que las guatemaltecas, lo que sin duda les ayudará en la construcción de una sociedad más justa, más humana y en consecuencia menos violenta.

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