Claudia Escobar. PhD.
claudiaescobarm@alumni.harvard.edu
En las Olimpiadas de Río nuestros más destacados atletas tuvieron oportunidad de medirse con los mejores deportistas del mundo. Aunque ninguno de ellos haya logrado una medalla olímpica, el participar en un evento de esa naturaleza es un mérito que debe ser reconocido, porque lograr un espacio en las olimpiadas requiere de grandes esfuerzos, no solo personales sino también familiares.
Cuando a finales del siglo XIX el Barón de Coubertin, promovió la creación de los juegos olímpicos modernos, tenía claro que el deporte era el medio idóneo para inculcar valores y lograr el desarrollo integral de los atletas. El pedagogo francés Pierre de Coubertin había sido formado por los jesuitas e influenciado por la filosofía ignaciana que promueve la búsqueda del Magis, el tratar de hacer lo mejor, de dar más, es lograr la excelencia en todo lo que se hace con el propósito de dar gloria a Dios. Y los juegos olímpicos son un reflejo de esa búsqueda de la excelencia.
Para competir en los juegos olímpicos se debe desarrollar un alto nivel deportivo que requiere de años de entrenamiento y sacrificios. Es necesario contar con el apoyo de muchas personas como entrenadores y equipo técnico especializado, pero sobre todo de la familia. Es, en la mayoría de los casos, en el ámbito familiar donde se forma un buen deportista. Muchos de los atletas que participan en los juegos olímpicos han empezado a formarse desde niños, por lo que los padres tienen un papel muy importante en los logros de sus hijos.
Las historias de competidores olímpicos que han sido apoyados por sus padres abundan. Tal es el caso del nadador Michael Phelps, el atleta más condecorado en la historia olímpica quien desde muy joven tuvo a su madre a su lado. O el de la joven gimnasta Simon Biles; han sido sus abuelos quienes la han motivado para dar lo mejor de sí. Muy conocida en el taekwondo es la saga de la familia López; nicaragüenses que llegaron como migrantes a Estados Unidos y empezaron a entrenar a sus hijos en el garaje de su casa en Texas. El hermano mayor Jean destaca como entrenador, y en las Olimpiadas de 2008, en Beijing, los hermanos López, Mark, Diana y Stephen lograron medallas olímpicas.
Entre los atletas guatemaltecos, también sobran los ejemplos de familias que transmiten el amor al deporte. El medallista Erick Barrondo y su esposa Mirna Ortiz se apoyan mutuamente y nos contagian su entusiasmo por la marcha. La nadadora Valerie Gruest Slowing, tuvo su primera competencia internacional a los 4 años. Nuestra nadadora ha sido formada y entrenada por su madre Karin Slowing, quien también representó a nuestro país en las olimpiadas de Los Ángeles 1984. Similar es el caso de Juan Ignacio Maegli, quien heredó de su padre y su abuelo su pasión por la navegación. Su abuelo introdujo el deporte de vela al país y su padre Juan Estuardo Maegli, compitió en las Olimpiadas de 1976, 1980 y 1984. Los pentatletas Charles Fernández e Isabel Brand cuenta con el apoyo incondicional de sus padres y hermanos. Sin duda los demás atletas guatemaltecos, que participaron en Río 2016, también tienen el respaldo de sus familias.
A todos ellos padres, hijos y hermanos de nuestros deportistas debemos reconocer como guatemaltecos ejemplares que promueven en nuestra sociedad valores como la perseverancia, la constancia, el trabajo en equipo, el comportamiento ético y la fortaleza de carácter, todo lo que promueve la búsqueda incansable del MAGIS.