Isabel Pinillos
ipinillos71@gmail.com

Iboprufeno, limonada y “Vicks VapoRub”, fueron mis compañeros del fin de semana. Además, me apoderé del control remoto para llevar a mi único órgano funcional, mi cerebro, a unas vacaciones del virus que me ató por tres días a la cama.

En ese estado de redención, me dejé llevar por unos de mis placeres cinematográficos: las películas de la mafia. Admiradora de la trilogía de “El Padrino”, tuve la ocasión de ver actuar ahora a Robert de Niro en “Érase una vez en América”, otra clásica dirigida por el italiano Sergio Leone. Relata el recorrido nostálgico de la historia de un gánster de ascendencia judía en los barrios de Nueva York entre los años veinte y sesenta, su ascenso y su eventual desaparición hacia el anonimato. El filme entreteje las imágenes de sus sueños y memorias de sus días de gloria al compás de un tema musical que se impregna en los sentidos. Este tipo de películas no son para gustar, son para tener una experiencia de imágenes y sonidos melancólicos y sórdidos, a la vez.

Lo perturbante del caso es que detrás de toda esta poesía se desarrollaban escenas macabras de violencia, de asesinatos a sangre fría, violaciones de mujeres que sólo son retratadas como objetos en ese mundo de dominio y poderío masculino. Sentí pena de admitir que me entretenía la monstruosidad de la historia disfrazada con la galantería de un de Niro, y la genialidad puesta en escena.

Por un instante me preocupé que estuviera proyectando mi propia conciencia, o satisfaciendo alguna necesidad psicológica reprimida. Eso será tarea para el profesional. Pero siendo que el cine es el séptimo arte, ¿vale el argumento del “arte por el arte”? ¿Es que acaso, no todo esto se permite en el fantástico mundo de la ficción?

Luego analicé que al encender la televisión, las noticias, y las películas están plagadas de escenas de muerte, homicidios, juicios y situaciones de extremas circunstancias que nos hacen olvidar el aburrimiento, las rutinas o el trabajo. Dicho esto, cabe decir que la fascinación por la violencia no es propio de nuestra época, pues este morbo existe desde el tiempo de las cavernas. Así, los romanos se entretenían viendo a gladiadores lanzarse contra bestias salvajes. Recordemos los duelos en la época medieval y en el lejano oeste. Shakespeare o Dante no serían recordados si no fuera por los trágicos dilemas de sus personajes entre la vida y la muerte. Me alivió pensar que en los pasatiempos de hoy, la sangre en la pantalla no es real, los efectos son computarizados, logrando así cautivar a las masas sin causar rasguño alguno.

Pero ¿Qué dice esto de nosotros como raza humana?, porque la pura verdad es que la crueldad y la muerte sí inunda las calles y los barrios de nuestras ciudades, en los inframundos de los cuales muchos no logran escapar. Mientras algunos canalizan estos instintos a través de una pantalla, otros lo hacen con armas blancas, o de fuego, o ejerciendo abuso verbal o físico. Quizás, después de todo, mi debilidad por las películas de mafiosos sea bastante normal, pero me hace reflexionar sobre una realidad que tiene demasiados paralelos a las horribles ficciones que vemos para no pensar en las realidades que queremos olvidar.

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