Isabel Pinillos
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En 2014, un problema social de gran trascendencia sacudió la región conocida como el Triángulo Norte, cuando alrededor de 60 mil menores no acompañados fueron detenidos al intentar cruzar ilegalmente hacia Estados Unidos. Fue así como surgió una concepción de alcances filosóficos para abordar un problema humano, dándole un contexto, una historia y como siempre, un villano. Así, los Coyotes se han convertido en los personajes oscuros de esta historia violenta que se vive a diario entre la frontera de Estados Unidos y México, quienes no respetan la vida, engañan a las personas para robarles, secuestrarlos, abusar sexualmente y luego abandonarlas a su muerte. Algunos son miembros del crimen organizado, narcotráfico y hasta de grupos terroristas. Esta ha sido la posición oficial de la administración del presidente Obama, avalada por todos los gobiernos al sur de la frontera. El mensaje de Jeh Johnson, asesor de seguridad de EE. UU. hacia las familias centroamericanas es “conozcan los hechos antes de apostar con la vida de sus hijos”…”nuestras fronteras no están abiertas a la migración ilegal”.
Desde el gobierno de Otto Pérez Molina, el Ministerio de Relaciones Exteriores y sus consulados, la Secretaría de Bienestar Social, el Consejo Nacional del Migrante (Conamigua), la Comisión del Migrante del Congreso, todos se han subido al tren y han dejado claro que el Coyote es un problema y no un facilitador social. Así lo reveló el entonces Canciller Fernando Carrera, al preguntársele en Fox News el motivo del enorme flujo migratorio de 2014 limitó toda la problemática social a la participación que tuvieron los Coyotes, argumentando que “los niños viajan hacia EE. UU. porque las redes criminales encontraron la manera de engañar a las familias al decirles que viajando con niños, era más probable obtener un estatus legal en ese país.” El Legislativo también se encuentra abordo, y recientemente promulgó la ley anticoyotaje que penaliza la práctica con 8 a 12 años de encarcelamiento.
Dentro de esta coyuntura nació Plan Alianza para la Prosperidad, y como parte de los objetivos de reducir la migración se desarrolló campañas como “Quédate”, resumida más o menos en los siguientes términos: “Hay dos clases de migración: la regular (con documentos de viaje) y la irregular (sin documentos). Al viajar tienes derecho a ser escuchado, a tener un abogado, a permanecer con tu familia, a no ser maltratado ni denigrado. Sin embargo, si lo haces de manera irregular te expones a ser asaltado, secuestrado, a ser objeto de trata sexual, a sufrir mutilaciones corporales, a ser retenido por largas horas sin agua ni comida y hasta morir. Así que no te arriesgues y recuerda que existen instituciones que te apoyan y albergues temporales mientras estás en movimiento.” (https://www.youtube.com/watch?v=7PYOxg1sA1E). A lo anterior, se debe recalcar que son muy pocas o inexistentes las posibilidades de viajar de manera regular para un gran segmento de la población por lo que muchos deciden acudir al coyote.
Dentro de este contexto, surge un debate que va más allá de un planteamiento del bien contra el mal -encarnado en el Coyote- quien si bien ha encontrado un nicho de mercado importante dentro de las movilizaciones humanas, cabe preguntar su rol dentro del engranaje de una compleja problemática social. Para poder contrastar el otro lado de la moneda, la próxima semana se han preparado algunas vivencias e historias contadas por las personas cercanas a estas realidades que comparten su experiencia en carne propia para que el lector haga sus propias conclusiones.