Una mujer recibe una dosis de la vacuna de AstraZeneca contra el COVID-19, en una campaña de vacunación masiva en el Hospital de San Pedro, Logroño, en el norte de España. Foto la hora: Álvaro Barrientos/AP

Por RAF CASERT
BRUSELAS
Agencia (AP)

Los líderes de la Unión Europea ya no se reúnen en torno a una mesa para buscar sus famosos acuerdos negociados. En lugar de eso, cada uno de los 27 jefes de gobierno mira con suspicacia a sus iguales a través de una pantalla que muestra un mosaico de capitales lejanas.

Esto es lo que ha traído el COVID-19.

Las grandes esperanzas de que la crisis fomentara la consolidación del bloque para encarar un desafío común ha dejado paso a la realidad de la división: La pandemia ha enfrentado a los estados miembros entre sí y a muchas capitales contra la propia UE, un distanciamiento plasmado en las reuniones virtuales que mantienen ahora sus líderes.

Los jefes de gobierno discuten sobre cualquier cosa, desde los pasaportes sanitarios para impulsar el turismo a las condiciones para recibir las ayudas por pandemia. Y lo que quizá es peor, algunos atacan las mismas estructuras que creó la UE para combatir la pandemia. El canciller de Austria, Sebastian Kurz, lamentó el mes pasado cómo la compra de vacunas en el bloque se había convertido en un «bazar» en el que los países más pobres se quedaban fuera mientras los ricos campaban a sus anchas.

«La cohesión política interna y el respeto para los valores europeos siguen afrontando desafíos en distintos rincones de la Unión», indicó el Centro de Política Europea en un estudio un año después de que la pandemia saliera de China y golpeara a Europa.

El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, aparece en el centro de la pantalla durante una videoconferencia de una cumbre de la UE, en el Palacio del Elíseo, en París. Foto la hora: Michel Euler, Pool/AP

En algunos lugares se han reclamado responsabilidades políticas.

El primer ministro de República Checa, Andrej Babis, despidió el miércoles a su ministro de Salud, el tercero que destituye durante la pandemia en uno de los países más afectados de Europa.

El gobierno de Eslovaquia renunció la semana pasada debido a un acuerdo secreto para comprar la vacuna rusa Sputnik V. Y el primer ministro de Italia, Giuseppe Conte, se vio obligado a renunciar por su gestión de las consecuencias económicas de la pandemia.

Pero en general, la desestabilización política en la UE ha sido moderada, si se tiene en cuenta que medio millón de personas han muerto en la pandemia. En el plano comunitario no ha habido una campaña seria pidiendo la destitución de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, la máxima ejecutiva del bloque, pese a su admisión de que se cometieron errores graves.

Está claro que la UE no ha estado a la altura de las circunstancias, lo que no está claro que pueda hacerlo. El Centro de Política Europea señaló que «no hay un final inmediato a la vista para la crisis sanitaria, por no mencionar los desafíos económicos estructurales inevitables».

La UE y sus miembros, por supuesto, fueron víctimas de acontecimientos más allá de su control, como otros países de todo el mundo. Pueden presentarse argumentos sólidos sobre que parte de los problemas del bloque se deben a las demoras de entregas de la farmacéutica anglosueca AstraZeneca. Pero algunas de las crisis fueron claramente autoinfligidas.

La queja más habitual es que no hay una estructura sanitaria unida para abordar la pandemia y que la salud sigue siendo en gran parte una competencia nacional. Pero hace años que el bloque tiene una agencia reguladora común para los fármacos, la Agencia Europea del Medicamento. Y el verano pasado se decidió comprar las vacunas de forma conjunta y repartirlas de forma equitativa entre los 27 estados miembros, ricos y pobres, grandes y pequeños.

Pero mientras algunos países fuera de la UE tomaban la delantera con autorizaciones de emergencia de las vacunas, la AEM se movió más despacio, al menos en parte porque seguía a un proceso muy similar al procedimiento estándar de licencias que seguiría cualquier nueva vacuna. La agencia dio luz verde a su primera vacuna tres semanas después que Gran Bretaña, que fue el primer país en autorizar una vacuna contra el COVID-19 tras pruebas rigurosas.

El bloque nunca recortó esa distancia. Gran Bretaña había administrado el viernes al menos una dosis al 46,85% de su población, frente al 14,18% en la UE.

Trabajadores sanitarios trasladan a un paciente de COVID-19 desde una Unidad de Cuidados Intensivos en un hospital en Kyjov a otro hospital en Brno, República Checa. Foto la hora: Petr David Josek, Archivo)

La Unión Europea también cometió el error de equiparar el conseguir las vacunas con ponerlas en el brazo de los ciudadanos, y subestimó las dificultades de producción en masa y distribución de un producto tan delicado. Mientras los negociadores de la UE se centraban en las cláusulas de responsabilidad en los contratos, otros países se centraban en la logística y apostaban por volumen y velocidad.

Y si bien países como Estados Unidos cerraban sus fronteras a las exportaciones de vacunas, la UE optó por superioridad moral y mantuvo las exportaciones en marcha, hasta el punto de que en el primer trimestre del año, salieron casi tantas dosis a terceros países como las que llegaron a los estados miembros.

Además de los deslices en el despliegue de las vacunas, la UE tardará en entregar el dinero del paquete de rescate de 750.000 millones de euros (890.000 millones de dólares), que combinará deuda compartida y subvenciones a países más pobres en un programa sin precedentes. Pero las disputas entre gobiernos por algunas cláusulas y las complejas normas lo han convertido en un proceso de todo menos rápido. Lo que es peor, la corte constitucional alemana aún podría frenar o retrasar más toda la iniciativa.

Puede que la naturaleza de la crisis sea diferente de otras pasadas, pero han aparecido nuevos obstáculos: burocracia agotadora, retrasos innecesarios y disputas técnicas y legalistas que hicieron sombra a la visión global, así como políticos que pusieron su interés personal por delante del bien común.

La última semana sirve de ejemplo. La AEM reiteró su consejo de que todos los estados miembros mantuvieran el mismo criterio, en esta ocasión para continuar las vacunaciones de AstraZeneca para todos los adultos pese a un posible nexo con casos muy raros de coágulos sanguíneos.

En lugar de eso, horas después del anuncio, Bélgica fue en contra de esa recomendación y prohibió la vacuna de AstraZeneca para los pacientes de 55 años o menos, mientras otros países emitían o mantenían restricciones similares.

«Si los líderes de los gobiernos no confían en la ciencia, la confianza en la vacunación desaparece. Si no nos apoyamos en la (AEM), cualquier estrategia común de la UE está condenada», dijo el destacado parlamentario europeo Guy Verhofstadt, que suele ser uno de los defensores más férreos de la UE.

Es reseñable que los estados miembros insistieron en demorar sus campañas de vacunación en diciembre específicamente porque querían esperar a la decisión de la AEM. Pero desde entonces muchos han ignorado de forma reiterada las recomendaciones del organismo e impuesto más restricciones sobre la vacuna de las que indica la agencia.

Los grandes reparos de muchos países -además de los consejos a menudo contradictorios- se han convertido en un signo distintivo de una campaña de vacunación truncada. También ha agravado los problemas de suministro y confianza en el bloque.

Se ha entregado poco más de la mitad de las dosis que la UE había contratado para el primer trimestre del año -105 millones en lugar de 195 millones- y en la cumbre por videoconferencia del mes pasado, los diferentes países discutieron por las dosis y por un sistema de distribución que unos pocos veían injusto.

Ahora hay expectativas de que la UE pueda reconducir la situación. El bloque confía en recibir 360 millones de dosis este trimestre, lo que mantendría con vida la promesa de vacunar al 70% de los adultos para finales del verano en el bloque de 450 millones de habitantes.

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, dio un atisbo de esperanza a millones de personas cuando dijo que quizá podría regresar algo parecido a la vida normal para mediados de mayo, cuando la gente podría «recuperar nuestro estilo de vida, encarnado en nuestros restaurantes y nuestras cafeterías que tanto amamos».

Para entonces, puede incluso que los líderes de la UE puedan volver a reunirse en persona en cumbres que se alargan toda la noche.

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