Incluyendo el valor de cada dosis, más el flete que se tuvo que pagar para su lenta y tardía transportación a Guatemala, Q256,939,514 es la cantidad de dinero que ayer se tiró a la basura porque el Estado se preocupó únicamente por la compra, que produjo el gran negocio pero no en la aplicación de las vacunas Sputnik V que, oscuramente, fueron compradas a Rusia en una operación que sigue siendo apenas “vigilada” por el complaciente Ministerio Público que no moverá un dedo para indagar en algo que pudo haber salpicado a las altas autoridades de gobierno.
La cantidad es abrumadora y el nombre Sputnik en lenguaje chapín se traduce como saqueo, robo descarado y desvergonzado. Las autoridades de Salud, que han sido tapadera del negocio, nunca se preocuparon por gastar siquiera unos miles de quetzales en el diseño de una campaña en idiomas mayas para hacer el esfuerzo de que la población rural fuera informada de la realidad de las vacunas, más allá de las campañas de desinformación que circularon profusamente por el trabajo y esfuerzo de gente mal intencionada que puso empeño en evitar que se acudiera a los centros de vacunación.
No les interesaba inmunizar a la población, en absoluto, sino simplemente cerrar el trato con los intermediarios rusos. Las vacunas vinieron a cuentagotas y ni así se utilizaron porque para los responsables de la salud el negocio ya estaba cerrado con lo que alguien recibió de comisión, elemento central de todo puesto que nunca se hizo pensando en el bienestar de la gente ni en enfrentar seriamente los efectos de la pandemia.