Héctor Raúl del Valle
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ig: hrdelvalle
“El hombre nació en la barbarie, cuando matar a su semejante era una condición normal de la existencia. Se le otorgó una conciencia. Y ahora ha llegado el día en que la violencia hacia otro ser humano debe volverse tan aborrecible como comer la carne de otro.”
Martin Luther King Jr.
Como bien lo definió el reverendo Luther King Jr., la naturaleza humana se caracteriza por ser volátil e impredecible, sin embargo, más allá de ser visto en detrimento puede ser interpretado como la llama que ha iniciado grandes cambios en la historia; motor de innovación y motivador de grandes personajes de la historia que cuestionaron todo y enfrentaron adversidades.
Tomando lo anterior en consideración, surge la interrogante en estos tiempos modernos de paz sobre qué elemento será el faltante para consolidar cambios reales en nuestras dinámicas sociales, políticas y económicas. Ningún país está exento de manifestar extremismos en sus medidas y políticas, de ceder la soberanía en manos de perfiles muy distantes el uno del otro de período a período de gobierno, y especialmente, de caer como rebaño ante los encantos de promesas vacías y demagogia.
Pero dejando a un lado estas particularidades generales de los Estados, Guatemala como caso paradigmático sería un excelente objeto de estudio para comprender cómo la instrumentalización de componentes sociales se puede tornar en una violencia perpetua; entendiendo por violencia todas sus dimensiones y manifestaciones, no únicamente las de índole bélico. Pero se preguntarán por qué es un caso paradigmático, y ciertamente la respuesta es compleja, pero no hay palabras más valiosas que las de la propia experiencia.
Sin ir más lejos en el tiempo, podemos observar cómo tuvieron un efecto limitado o nulo políticas públicas como la basada en llamadas a la moralidad como “Usted mamá, usted papá”, y el famoso llamado a la unión nacional de “Tiempo de solidaridad”. Mucho menos la desgastada “Mano dura, cabeza y corazón”. Y es que no es la respuesta no es simplemente echar a absolutamente todos los integrantes de la política nacional y política partidista en un mismo costal, porque seguramente sería echarlos en saco roto. Es necesario tomar consciencia de la dimensión que la discursiva populista ha tenido a lo largo del tiempo, de qué tan dañina ha sido la demagogia, y de cuán peligroso es un político frente a un micrófono.
Y que más allá de lo peligroso, cuán responsables somos de simplemente dejarnos llevar por la inercia, por las palabras bonitas, o lamentablemente por los pequeños “regalos” que con el tiempo termina pagando el pueblo con sangre. En años recientes, como estrategia para mitigar la violencia en México, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha emprendido una serie de programas como “Jóvenes Construyendo el Futuro” y “Sembrando Vidas “para dejar atrás el combate al crimen y el narcotráfico a base de confrontaciones armadas y capturas policíacas.
Es importante notar cómo se tiene una mayor noción por parte de nuestros vecinos del norte de la trascendencia de una cultura preventiva, de arraigar en toda la sociedad no solo valores, los cuales en buena medida ayudan, sino oportunidades que mantengan lejos de los engaños de grupos delictivos a las poblaciones vulnerables, que suelen ser las menos favorecidas.
La consigna de “Abrazos, no balazos” ciertamente ha generado debate en México y comentarios en el mundo, si bien no es el primero ni López Obrador el precursor de este tipo de estrategias. Aunque puede llegar a ser un ejemplo para los demás países de la región. Ni la delincuencia “común”, ni el crimen organizado, ni las pandillas/maras, ni los narcotraficantes van a detener su accionar delictivo a cambio de prebendas o promesas vacías, pero tampoco se puede pretender detener a estos grupos o amenazas a base de asesinatos y “limpieza social”.
Un verdadero cambio social se dará cuando realmente se reduzcan las brechas de desigualdad, cuando se detenga la represión indiscriminada, cuando este país plurinacional y multicultural se quite de una vez por todas la venda del privilegio, tomando consciencia y colaborando por un país mejor. Las armas nunca han sido una solución definitiva. Los grandes cambios en la historia de Guatemala se han dado a partir de la unidad de todos los sectores, no por barbarie y anarquía.
Balas y armas no transmiten seguridad, porque la seguridad es la sensación de confianza plena, algo que la pólvora no puede lograr, ya que en cualquier momento puede ser usada en contra de uno.