Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera

La enorme roca debe haber pesado mucho a Sísifo que fue condenado por los dioses (porque Sísifo quiso matar a la Muerte) a cargar sobre los hombros una inmensa piedra –densa y oscura, acaso como el mundo- subirla por una colina o montaña (depende de la imaginación de cada quien) a sabiendas de que infaliblemente ¡y siempre!, la roca tendría que volver a rodar pendiente abajo (sin que nadie pudiera hacer nada por impedirlo) y, de nuevo, el condenado debería volver a subirla y así infinitas veces. Tal era la maldición según nos cuenta la Mitología y Camus, entre otros.

Rito -el de Sísifo- que no podría evitar con su propia muerte -porque ya estaba en ella- sin que pudiera sacudírsela. Su muerte ¿en vida?, consistía en hundirse en el absurdo de un ceremonial y oficio que siempre era el mismo y el mismo en su absurdidad. Peña arriba el condenado no podía renunciar al horrible y pavoroso recorrido, sabiendo que el final y el principio eran iguales y que la muerte o el suicidio no serían su redención. Menos la fe.

A pesar de que por estos días de octubre cumplo años (colindando con noviembre) los mismos días -al pensar en los umbrales que representan- me hacen reflexionar en la muerte por la cercanía del Día de Difuntos: principio y fin, Alfa y Omega.

La muerte es muchas cosas, entre ellas el absurdo del semidiós de Camus condenado a la roca: Sísifo. Pero también es la fe para miles o sea el despertar de Pedro Calderón de la Barca que, como ferviente cristiano hijo de la redención, debía proclamar que la muerte era el retorno de un sueño, sueño que es en “realidad” la vida. Transmutación de valores.

Calderón y Albert Camus (la fe y el suicidio) representan una polaridad muy humana, pero con posiciones muy distantes el uno del otro. Calderón con “La vida es sueño” y la esperanza de que la muerte sea la verdadera vida, esto es, la vida eterna de la que gozaremos cuando estemos en el Paraíso como promete Jesús al buen ladrón, manantial de fe.

Pero cuando “Dios ha muerto” (en los labios de Dostoievski y “Los hermano Karamazov”) qué podemos aguardar. En el contexto de Camus y “El extranjero” sólo la nada y así asienten y aceptan la mayoría de creyentes en el existencialismo ateo, donde la existencia (la materia evolucionada de Darwin) precede a la esencia idealista -de la escuela del mismo nombre- modernamente regida por Hegel y la derecha hegeliana.

En el umbral de estos días de difuntos en que se recuerda a los muertos, sus deudos crédulos piensan, imaginan o aseguran que quienes podrían estar en el más allá en “realidad” lo están. Un muy reducido número de habitantes del país y del mundo estamos seguros de que después de la muerte nada podemos aguardar más que la Nada. Dios no está por ninguna parte y su gloria celestial no es más que un sitio imaginario para que la pesada carga del mundo sea más leve.

Sin embargo, yo pienso en que las inmensas mayorías lo que hacen es desatar un mecanismo de compensación psíquica: como alegrarle el llanto a un niño dándole en medio de las lágrimas un caramelo dulzón.

¿Son opio las religiones o son una ilusión compartida que es lo que llamo también mecanismo de compensación? Las religiones son un gran invento. Tras el éxodo del Paraíso encontrarse con el sudor de tu frente y parirás los hijos con dolor no era la propuesta menos absurda de la existencia post Edén. Y entonces aparecieron los que a partir de un gran líder inventaron toda una leyenda tras la muerte y la salvación del creyente.

¿Están el existencialismo y sus valores -que son también un humanismo- en vigor o están en decadencia? Creo que el existencialismo sólo está un poco abandonado porque su conocimiento y manejo magistral requiere de mucho afán que no está el hombre de hoy –el del Twitter y el del Tik Tok- dispuesto a meterse entre sus densos tejidos plenos de exigencias académicas. Los dioses del hombre de hoy no sólo podrían estar muertos, sino que lo más seguros es que estén durmiendo perezosos entre las también absurdas exigencias del teléfono “inteligente”, absurdas, pero -en este caso- superficiales.

Ni en los días de difuntos ni en los regulares el hombre se preocupa mayor cosa de la vida profunda porque está sumido en las preocupaciones de la guerra y de las luchas entre Oriente y Occidente. Ya vendrá otro Día de Difuntos y de nuestra muerte, amén. Y ya no preocuparemos entonces de qué hay detrás de la fosa. Por de pronto cada vez más los creyentes piensan que todos irán a la gloria sin volver a creer en el olvidado infierno -y Satanás- que podría estarnos aguardando por toda la eternidad con una piedra como la de Sísifo.

¿Y no podría ser Satán uno más de los dioses que pueblan el Olimpo?

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