Por Christiane Oelrich
Ginebra
Agencia (dpa)

Cuando el maestro relojero de la firma MB&F se inclina sobre su última creación en Ginebra, el tiempo no importa. La empresa manufacturera creó en todo el año pasado 254 relojes. «Detrás de cada pieza hay tres años de diseño y cada una consta de entre 300 y 600 componentes», dice el fundador de la empresa, Maximilian Büsser.

Además de MB&F, que fabrica relojes y cronómetros mecánicos exclusivos, otras 34 marcas líderes de la relojería fina presentan sus creaciones en el lujoso Salon International de la Haute Horlogerie (SIHH) en Ginebra, que se celebra desde hoy hasta el viernes.

Pero ¿no son los relojes de muñeca tradicionales cosa del pasado en la era de los smartwatches? «Si me moviera en el rango de precio de entre 300 y 500 euros, entraría en pánico, ahí no veo casi ningún futuro», reconoce Büsser.

Echando un vistazo a las muñecas de los jóvenes se aprecia que los relojes tradicionales ya no son tan populares. Muchos miran al celular para saber la hora, otros se han pasado a las minicomputadoras que muestran las coordenadas por GPS, recogen datos sobre la actividad física y gestionan contraseñas.

«Veo a la generación más joven mucho más a menudo con el smartphone en la mano que con un reloj en la muñeca», se lamentaba un miembro de los «Amigos de los relojes mecánicos» en su foro online.

«No todos tienen que nadar siempre con la corriente solo porque todos los demás usan sus móviles o demás cachivaches para saber la hora», añadía otro.

Un portal de noticias que se financia con la publicidad aseguraba a sus jóvenes lectores que los relojes tradicionales también tienen sus ventajas: «No se recomienda sacar el celular del bolsillo en todas las ocasiones. En la playa, en un funeral o en una boda, un reloj de pulsera es mucho más práctico para mirar la hora», señalaba.

Sin embargo, en la asociación de la industria relojera suiza no saltan las alarmas. «Hasta ahora no se puede decir que los smartwatches perjudiquen al negocio con otros relojes», dice el presidente, Jean-Daniel Pasche. «Pero tampoco se puede demostrar lo contrario».

En Suiza incluso la tendencia se inclina hacia los relojes mecánicos, según su valor y la pieza, dice Pasche. Sin embargo, el mercado suizo, con marcas como Rolex, Omega, Baume & Mercier o Piaget, también es especial debido a su pericia con los relojes: mientras que en todo el mundo más del 90 por ciento de los relojes fabricados son electrónicos, es decir que necesitan la energía de una pila, por ejemplo, el porcentaje de estos relojes en Suiza se reduce hasta el 70 por ciento.

El 30 por ciento de los relojes del país alpino son mecánicos, es decir que tienen resortes y ruedas dentadas y se les debe dar cuerda con la mano o mediante movimiento. Estos relojes son mucho más caros, por eso el 80 por ciento de los ingresos por exportaciones de Suiza se debe a los relojes mecánicos, según Pasche.

Algunos fabricantes de relojería fina tratan de encontrar el equilibrio entre la tradición y la tecnología con modelos que tienen el aspecto de un reloj tradicional pero que ofrecen funciones inteligentes, como Tag Heuer con su modelo Connected, que cuesta varios miles de euros.

Pero Büsser sigue comprometido con la tradición. «Hay dos cosas que los relojes inteligentes nunca nos podrán proporcionar: una obra de arte en la muñeca que tiene alma, y estatus», dice. «Eso salvará nuestra industria».

Su empresa, con unas dos decenas de trabajadores y la decisión de no crecer más, crea máquinas de precisión que continúan con una tradición centenaria. «Este arte de transformar el acero y el latón en tiempo es genial», comenta entusiasmado. Ese arte tiene un precio: los cronómetros de MB&F de ediciones limitadas cuestan entre 50 mil y 250 mil euros (61 mil y 300 mil dólares).

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