Docentes y padres de familia se unieron para que la educación no se detuviera. Foto La Hora/Cortesía
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Por Ana Lucía González
agonzalez@lahora.com.gt

La escuela rural del caserío La Llorona, en el municipio de La Libertad, Petén, es el único edificio escolar en esta alejada comunidad del país. Desde hace más de un año, las aulas están vacías a causa de la pandemia del Covid-19. Los escritorios empolvados fueron arrinconados al fondo de las clases y los uniformes guardados, sin embargo, la educación no se detuvo, debido al esfuerzo de la directora y profesora, Irma Oscal.

El 2020 representó un cambio drástico para los 110 estudiantes de nivel primario que dejaron de asistir a las clases presenciales en ese lugar por la emergencia sanitaria.

Esta aldea, originalmente un campamento de chicleros, está ubicada a tres horas en bus de la cabecera de Santa Elena. La mayoría de sus habitantes viven en la pobreza, por lo que ningún grupo familiar dispone de una computadora en casa, como tampoco tienen un celular. Los más privilegiados disponen de Internet en sus móviles, los cuales recargan con saldo de Q5 para asuntos puntuales.

Edificio de la escuela rural del caserío La Llorona, en el municipio de La Libertad, Petén. Foto: Irma Yaneth Oscal/Cortesía.

Este era el escenario al que se enfrentaba su directora, Irma Yaneth Oscal, junto a las tres maestras de grado para continuar con las clases a distancia luego del 13 de marzo de 2020, cuando se anunció el primer contagio de coronavirus en el país y las medidas para proteger la salud de los alumnos, entre estas, la suspensión de clases.

Lo primero fue no desfallecer. Se comunicó con los padres de familia de la comunidad para organizar una base de datos.

Esto le permitió identificar qué familias contaban con celular, números de teléfono y recursos para comprar tiempo de Internet. Así se formaron grupos de WhatsApp entre los distintos grados de primaria. Luego organizó los periodos de clase por las tardes. Esto porque durante las mañanas, los niños apoyaban a sus padres en las tareas domésticas y de campo. Así que se organizaron por grupos y horas. “Mi objetivo era no dejar a los niños rezagados”, cuenta la directora.

DEL WHATSAPP A LAS GUÍAS DE TRABAJO

Las guías de trabajo ahora forman parte importante en la dinámica educativa. Foto: Irma Yaneth Oscal/Cortesía.

La comunicación con los hogares de los estudiantes le sirvió al plantel de la escuela para darse cuenta de que solo el 40% tenía Internet en su celular y que las recargas habituales eran el saldo mínimo.

La directora está a cargo de los niveles de 4to, 5to y 6to primaria. Así que integró un grupo con los alumnos de 4to y 5to, y otro con los de 6to. Les enviaba audios con instrucciones. El apoyo de material didáctico del Ministerio de Educación era nulo en estos niveles.

Semanas después se dio cuenta que el método no le funcionaba y menos del 50% de los niños lograron dar seguimiento a las clases impartidas por esta vía. La falta de recursos de tiempo de aire, mala señal de Internet, así como la escasa disponibilidad de los padres de acompañar impedía continuar con el proceso educativo.

Entonces, Irma Oscal decidió elaborar unas guías de trabajo por cada grado. Junto a las maestras viajaban a la comunidad cada tres semanas para distribuirlas a los padres y éstos a los niños. Al llegar nuevamente a la comunidad, recogía las tareas asignadas y entregaba otras guías. Así se incrementó un poco más del 50% la participación de los niños en el proceso de aprendizaje.

Sentí que trabajaron un poco más. Los grados pequeños –1º a 3o primaria– trabajaron mejor gracias al apoyo de los libros de texto. Los de 4to grado en adelante, solo con hojas de trabajo”, explica. En esta etapa, la directora aclara que sí tuvo más apoyo de asesores del Mineduc.

EL ESFUERZO DE IRMA OSCAL

Estudiantes entregan las guías de trabajo y tareas asignadas. Foto: Irma Yaneth Oscal/Cortesía.

Irma Oscal tiene 31 años y un pénsum cerrado en pedagogía. Su rutina antes de la pandemia requería viajar tres horas en bus los domingos por la tarde y regresar los viernes por la tarde a su hogar. Ahora asiste a la escuela un promedio de dos veces por semana.

Necesita una computadora para trabajar a distancia, por lo que se ingenia la manera de obtenerla.

Confiesa que al principio se sintió molesta para enfrentarse a una problemática tan adversa. Sin embargo, tiene claro que enfrenta una responsabilidad grande con los padres de familia a los que no puede dejar solos, incluso supervisar que llegue la bolsa de alimentos y que no falte la entrega de las tareas.

Resalta también que el esfuerzo no es solo de ella, sino también de sus compañeras, con quienes trata de mantener el ánimo, un ambiente de confianza y compañerismo cuando se encuentran.

A esto se añadió el escaso apoyo del Ministerio de Educación en cuanto a metodologías adaptadas a estas circunstancias. Más bien, solo proveyó un par de entregas de alimentos a las familias. En este momento, la escuela necesita pintura y escritorios nuevos, reclama. “Hace falta apoyo del Mineduc”, expresa.

LECCIONES APRENDIDAS

Uno de los estudiantes de primaria realiza las tareas asignadas por las docentes. Foto: Irma Yaneth Oscal/Cortesía.

La dinámica escolar ha cambiado. Ahora los niños trabajan al aire libre en pequeños escritorios, atentos a sus recortes y dibujos; los padres de familia reciben y entregan guías de trabajo, según las fotos enviadas por la misma directora.

Las maestras y directora de la escuela La Llorona lograron que un buen grupo de sus niños fueran aprobados en el grado que cursaban y aprendieran los contenidos al final del ciclo 2020. “Ganaron el grado por el esfuerzo de padres y docentes, aunque bajó el rendimiento”, admite.

Algunos estudiantes muestran el trabajo didáctico realizado durante la jornada escolar. Foto: Irma Yaneth Oscal/Cortesía

Este año, con 105 alumnos en el nivel primario, comenta que se ha ganado experiencia, a pesar de las precariedades en la enseñanza. Se han adaptado y han atendido a los niños por grupos, según el color del semáforo. En este momento, en color anaranjado en el municipio de La Libertad.

Esta pandemia nos hace reflexionar para concientizar a los papás, que apoyen más a sus hijos. Y para los docentes, contar con estrategias innovadoras para adaptarnos como los niños lo merecen. De trabajar en conjunto padres y maestros, en un contexto realista de la comunidad”, comenta.

Cuentan que el caserío La Llorona se llama así por la famosa leyenda guatemalteca, cuando los antiguos chicleros oían a una mujer plañir por sus hijos. Por ironía o coincidencia, esta comunidad mantiene el mismo llanto. Solo que ahora desde la voz de cientos de niños que demandan por una educación que les permita alcanzar sus sueños y por el cual Irma Oscal y sus compañeras luchan.

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