Por A.J. NADDAFF
BEIRUT
Agencia (AP)
Antes de ir a sacar efectivo a un banco del centro de la capital libanesa, Mey Al Sayegh se prepara mentalmente para lo que se viene: Lo que hasta hace poco era un trámite rutinario hoy resulta una odisea en medio de la crisis que enfrenta el Líbano por la falta de efectivo.
Para empezar, deberá hacer una cola de una hora. Y si tiene suerte, podrá sacar 300 dólares, el límite fijado por los bancos para conservar su liquidez. A menos que quiera entablar una ardua negociación con un empleado del banco, sin garantías de conseguir nada adicional.
«A mi familia le digo, ‘me voy al banco, no sé cuándo vuelvo'», expresó el hombre, un gerente de comunicaciones. «Es muy desagradable. La gente se ve preocupada, confundida, con temor a perder sus depósitos».
Los libaneses están acostumbrados a vivir por encima de sus posibilidades, sacando préstamos y con remesas que envían parientes que viven en el exterior, incluidos muchos que trabajan en países petroleros del Golfo Pérsico.
Una severa crisis financiera y controles de capital sin precedentes acabaron con esta dinámica y generado las iras tanto de ricos como de pobres, que la emprenden contra políticos corruptos que tienen al país al borde de un colapso económico y contra un sistema bancario al que acusan de retener sus depósitos como rehenes.
En los últimos días ha habido brotes de violencia contra los bancos. Se destruyeron cajeros automáticos, se rompieron vidrios y abundan las peleas con los empleados de las instituciones.
Decenas de manifestantes han hecho «sentadas» en los bancos para protestar las políticas fiscales, obligando a los empleados a veces a entregar más que el límite permitido. Hay manifestaciones constantes frente al Banco Central, en las que se abuchea y se insulta a su director, Riad Salameh, que alguna vez fue considerado uno de los mejores directores de bancos centrales del mundo.
«Vas al banco, sacas turno y hay al menos 50 o 60 personas delante de ti», se quejó Mahmoud Sayida, un guía turístico cuyo dinero está siendo retenido por una de las principales instituciones de crédito del país. «Es como hacer cola para conseguir un pedazo de pan durante la guerra».
La crisis del Líbano, uno de los países más endeudados del mundo, es producto de décadas de corrupción estatal y malos gobiernos. La economía nacional está en franco deterioro desde hace años. La divisa local, vinculada al dólar por más de dos décadas, ha perdido más del 50% de su valor en las últimas semanas en el mercado negro.
Por temor a una crisis, la gente ha estado retirando dinero de los bancos en el último año y comprando dólares, o transfiriendo el dinero a cuentas bancarias en el exterior.
Al estallar una ola de protestas nacionales a mediados de octubre, los bancos cerraron sus puertas por 12 días hábiles. Cuando reabrieron, enfrentaron una demanda sin precedentes de dólares y fijaron límites a la cantidad de dinero que se podía retirar o transferir al extranjero.
Sin embargo, esas medias no tienen sustento legal alguno y cada banco fija sus propios controles. Los cajeros automáticos, mientras tanto, casi no entregan efectivo y se han fijado límites a la cantidad de dinero que se puede tomar en las tarjetas de crédito. Muchos restaurantes y negocios, necesitados de efectivo, dejaron de aceptar tarjetas.
La gente dice que se siente humillada por los bancos y por sus gerentes, que son los que deciden cuánto puede retirar cada uno.
La gente con hijos que estudian en el exterior tiene que presentar pruebas de que está autorizada a transferir el dinero para las matrículas. Numerosos pacientes tienen que hacer mucho papeleo para demostrar que necesitan dinero para operaciones. Para autorizar un aumento temporal en su línea de crédito, la gente debe presentar pasajes de avión y documentos que comprueben que estarán en el exterior más de dos semanas.
Todas estas medidas obligan a los libaneses a controlar sus gastos y a priorizar sus necesidades básicas. Cosas de todos los días, como ir a un café o un restaurante, son consideradas un lujo hoy, incluso por las personas adineradas y que tienen trabajo.
Reina un ambiente tenso tanto entre los clientes como entre los bancos, cuyos empleados dicen que tienen miedo de presentarse a trabajar por las peleas que estallan a cada rato y los insultos que reciben cotidianamente.
Entre las personas que protestaban recientemente se encontraba Mariam Ayyad, una estudiante de 23 años cuya familia depende de remesas del exterior.
Mohammed, quien tiene una juguetería, enviaba dinero a su hijo, que estudia en París, a través del servicio Online Money Transfer, representante de Western Union en el Líbano. La última vez que lo intentó, hace tres semanas, le dijeron que debía presentar prueba de que su hijo estaba matriculado en la universidad francesa.
Hay quienes buscan soluciones creativas para burlar los controles. Algunos les hacen llegar sus tarjetas de crédito a amigos o parientes en el exterior para que retiren dinero y lo lleven al Líbano. A menudo los libaneses que regresan del exterior traen consigo grandes sumas de dinero.
Maha Halabi no trabaja. Vive del dinero que le envía su marido, quien trabaja en jardinería en Arabia Saudí.