Por LORI HINNANT
PARÍS
Agencia (AP)
Por primera vez, la cumbre del G7 ha incluido el mensaje de sus críticos: el capitalismo ha llevado a inequidades dañinas y una degradación ambiental que ha perjudicado a la economía mundial y un puñado de países ricos no pueden ser los únicos que tomen las decisiones por el resto del orbe.
Sin embargo, miles de personas que acamparon en las afueras del centro vacacional de Biarritz, en la costa de Francia, para protestar contra el G7 se muestran, por decir lo menos, un tanto escépticas respecto a los nuevos mensajeros y sus motivos.
Desde que la cumbre de la Organización Mundial del Comercio en 1999 convirtiera a Seattle en un humeante campo de batalla entre policías y manifestantes, quienes participan en las protestas en las cumbres internacionales han usado una variedad de tácticas desde retóricas hasta anárquicas para combatir el capitalismo global.
«Todo lo que dijimos en ese entonces se ha vuelto realidad», lamentó Medea Benjamin, activista y fundadora de CodePink, que tomó el estrado de la OMC antes que esa cumbre fracasara por desacuerdos comerciales.
Más de 13,000 policías protegen el encuentro de este año, que tiene como anfitrión al presidente francés Emmanuel Macron, un exbanquero, y que contará con la presencia del mandatario estadounidense Donald Trump y otros líderes del Grupo de los Siete. El ministro del Interior de Francia citó específicamente la «Batalla de Seattle» de 1999 como modelo de lo que debe evitarse a toda costa.
«La primera amenaza es, como todos sabemos, los riesgos de brotes (de violencia)… Individuos violentos, que no deben ser confundidos con manifestantes pacíficos, tratan en cada cumbre internacional provocar disturbios y entorpecer el fluido funcionamiento de las reuniones», destacó el ministro del Interior, Christophe Castaner, esta semana. El funcionario usó como ejemplo las protestas de Praga en 2000; de Génova, Italia, en 2001; de Rostock, Alemania, en 2007; y de Londres en 2009.
Lo que ha cambiado es que el mensaje de las protestas de 1999 es ahora el mensaje de la cumbre misma, «que los frutos de la globalización no son distribuidos equitativamente», dijo Tristen Naylor, subdirector del Grupo de Investigación del G20. «Nos encontramos ante este peculiar momento en que los reclamos de aquellos que se encuentran dentro de la sala y de los de quienes están del otro lado de la valla de seguridad están alineados».
Pero para hombres y mujeres que montan las tiendas de campaña en un descuidado pozo de riego agrícola en las afueras del ostentoso centro de Biarritz, ese alineamiento en un espejismo.
«Estoy aquí para respaldar la alternativa, a la gente que busca ofrecer algo diferente al mundo capitalista en que vivimos», dijo Laura Ochoa, una española de 31 años y profesora de francés. «El G7 es exactamente lo opuesto a mis creencias».